Los pleitos presidenciales

Cuando alguien enumera los odios del presidente piensa que nada más le falta la Cruz Roja, Gandhi y San Francisco de Asís.


Pleitos y odio de AMLO


El gusto por el pleito que tiene el presidente ha tomado signos de enfermedad. El hombre pasa por niveles de desequilibrio y pérdida de la realidad, francamente alarmantes. Lo peor, es que ha contagiado a colaboradores que uno suponía cuerdos, como es el penoso caso de Hugo López-Gatell, convertido ya en la edición burocrática de Paco Stanley.

Las relaciones con la oposición no existen. Con los empresarios, tampoco. De hecho, ya habría que catalogar a los empresarios como oposición pues así los considera él. Las relaciones con su partido son, por lo menos, distantes. Con los medios, tampoco existen, salvo que se trate de Lord Molécula, la Glucosa Atómica, El Pirata o sus lacayos moneros de La Jornada. Es una suerte de rey Midas al revés: todo lo que toca termina en estiércol, sea una persona, una institución, una política pública o un micrófono.

El presidente tiene odio para repartir y para almacenar. Los pleitos son los canales por los que saca su veneno. No le bastan las oposiciones políticas. Odia a quien estudia, a quien sabe más, a quien ha viajado, a quien hace un esfuerzo individual, a quien se preparó en el extranjero, a los que hablan otro idioma, a los que tuvieron éxito y a quienes quieren tenerlo; a los pequeños y medianos empresarios porque a los grandes les tiene miedo; odia a los corruptos, pero tolera a los que se corrompen a su amparo; odia a los que considera conservadores, pero adora y respeta a los criminales.

Odia al PRI, pero ama a Bartlett. Odia a los españoles por la conquista, pero hace reverencia a los gringos porque lo conquistaron; tener iniciativa propia en idea, en proyectos y hasta vida propia, es motivo del odio presidencial.

Cuando alguien enumera los odios del presidente piensa que nada más le falta la Cruz Roja, Gandhi y San Francisco de Asís. No tarda en emprenderla diciendo que la Cruz Roja es una idea neoliberal para lucrar con los muertos; que Gandhi era el tonto útil de los ingleses y que era un bueno para nada, o bien que la austeridad de Asís era, en el fondo, un rescate para las empresas de su papá que, como sabemos, sólo se preocupaba por los bienes materiales.

Por lo pronto el presidente la emprendió en plena pandemia en contra de los doctores. Muy seguramente se trata del único presidente de un país que reprocha algo a ese sector en estos días.

A López Obrador le pareció magnífica idea despotricar en contra de la profesión médica. En una de sus mañaneras de la semana pasada dijo: “Antes los médicos sólo buscaban enriquecerse. Llegaba el paciente, ¿qué tienes? –le preguntaban. Me duele acá doctor –respondía. No, qué tienes de bienes”. Le pareció un gran chiste, un gran referente para describir a quienes se dedican al ejercicio de la medicina. Mientras en las calles del mundo se les aplaude, aquí el presidente de la República los denigra y, en pocas palabras, les dice ladrones.

¿Hasta dónde van a llegar los pleitos del presidente? No hay límite. El resentimiento que lo habita crece conforme su gobierno se cae a pedazos. No serán años sencillos los que vienen (digo, si algún opositor piensa en el país más vale que se quite de la cabeza esa tontería de que se tiene que ir. Llegó con votos y con votos se irá).

Pero ya no hay que sorprenderse de la capacidad del odio presidencial. Claro, que eso no significa que nos quedemos de manos cruzadas y de boca callada. Hay que regresarle sus dichos, hay que evidenciar sus errores, sus fracasos, sus torpezas y sus vilezas. Porque eso, usando sus palabras, “sí calienta”. Usemos la vara con que mide para que nos entienda.

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