Se acabó

Hoy se acaban las campañas. Más de un año estuvimos duro y dale con que la candidata fulana, el candidato zutano, que si no tienen propuestas, que si proponen estupideces; que si nada más tienen una canción, que si también ya tienen canción; que si aquel es un corrupto y este otro también; que si fulana no debe encabezar a la oposición sino zutana; que si las corcholatas serán tapaderas, que si la corcholata tabasqueña, que si el suspirante de siempre aunque tenga corte afrancesado, porque si no le cumplen ahora sí se va porque lo humillan todo el tiempo… que siempre no se va; que si los de oposición son gatos del empresario X, que si son unos impresentables los de un lado, que si los del toro también lo son; que si aquellos son priistas pero los de acá también, que si todos son del PRI; que el país es un desastre, que si la esperanza revivió, que si el cambio es necesario, que si la continuidad es lo importante; que si está preparada esta, que si no está preparada aquella, que acá nadie sabe nada, que los de allá son ignorantes; que si aquel es esquirol, que si es la tercera vía; que si es grosera una, que si es de hielo la otra; que si la Marea Rosa, que la gente ya está harta, que si están felices; que si no la apoyan, que si traen todo el apoyo; que esta dijo una estupidez, que aquella dijo otra; que si una es puro carisma y la otra una momia; que si masca chicle, que si no transmite… en fin, que no podemos negar que hemos tenido de todo en este año de pleito electoral.

Para suerte de la lectora, el lector y el lectore, ya no escuchará a partir de mañana más spots, más mesas de debates, más declaraciones estridentes, más señalamientos públicos. Se acabó. Y no estuvo mal. Hay que decir que una democracia viva tiene este tipo de campañas: ágiles, intensas. Cierto, las cosas, el ambiente, han sido rasposos –por decirlo de alguna manera–, pero no es para menos. Han sido cinco años en los que, ni más ni menos, el presidente del país se ha dedicado sistemáticamente a dividir e insultar sin freno a quienes considera los malos de la nación. La respuesta ha ido en ese sentido. Pero lo cierto es que tampoco con Peña Nieto viviéramos en el apogeo de los argumentos y la racionalidad. Sí es de lamentar el nivel que traemos, pero no estamos exentos de lo que sucede en el mundo, donde las elecciones tienen más de pleitos que de propuestas detalladas de política pública. Es a madrazos la cosa. Y seguirá así un buen rato.

El domingo iremos a votar. Nuestro árbitro está disminuido. El INE no pasa por su mejor momento. Solamente un domingo electoral impecable puede resarcir esa imagen de parcialidad genuflexa ante el gobierno que se ha logrado en unos pocos meses. La limpieza de la jornada electoral, su certidumbre, sus resultados anunciados de manera pronta y contundente, darán la legitimad que requiere quien se lleve los triunfos. Hay algunas elecciones como la presidencial, la de la CDMX o Veracruz en las que la moneda está en el aire y no sabremos hasta el domingo el resultado final. ¿Se avecina pleito poselectoral? Seguramente en algún par de entidades. Lo ideal, por varias razones, sería que los triunfos estuvieran fuera del margen de lo litigable (menos de cinco puntos), pero tener una elección cerrada también tiene sus ventajas, pues amarra al ganador una actitud dialogante y al perdedor a reconocer para fortalecer la vida democrática.

La campaña se acabó. Voten por quien quieran, pero vayan a votar.

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