El INE sigue siendo tema de discusión nacional. Más bien de pleito nacional. Un pleito iniciado y sostenido por el presidente de la República. Ha sido de tal magnitud la embestida que incluso personajes de perfil bajo, discreto y de buenas maneras, como Lorenzo Córdova, han tenido que emplearse a fondo en la defensa de la institución. Si alguien viera al Lorenzo de hace unos años –un nerd, aburrido, pero de solvencia técnica y moral, investido de fiel de la balanza de la objetividad y justicia electoral– no lo reconocería en el pugilista de todos los días, a veces apoyado por chacos y cadenas a las puertas del instituto. No me disgusta el peleonero en absoluto, pero para árbitro era mejor el nerd atemperado. No lo culpo. La situación no es para menos, se trata de defender lo logrado por muchos –incluso de muchos de los seguidores de López Obrador–, durante un par de décadas, como para dejar que un enfermo ensoberbecido por el poder y lleno de odio –cualquiera sabe que me refiero al presidente López Obrador– decida, en un capricho, terminar con los instrumentos democráticos que nos hemos dado los mexicanos.
Lorenzo no es el único que ha tenido que dejar las buenas maneras que le caracterizaban. Escritores, historiadores, opinólogos, periodistas, empresarios y políticos terminan hartos de los embistes y embustes presidenciales. Algunos se ríen, otros justificadamente se angustian, otros más pierden los estribos. El presidente tiene ese curioso don de sacarle lo peor a cada uno. El ejercicio de su liderazgo consiste en inyectarte veneno –estés de su lado o del otro– y que te ponga a pelear. Nada disfruta más que ver los golpes, y si no hay, faltaba más, él los comienza, que para eso es presidente. El gran discurso del presidente es un gran pleito con los demás. Los exprime hasta que ya no dan más por alguna razón: o se acaba el tema, o él otro se cansa. No es fácil pelearse contra quien tiene todo el poder. Eso el residente lo sabe y por eso es un abusivo al que no le importa demoler figuras públicas o privadas, personas que se limitan a hacer su trabajo –cosa que él no hace–. El tipo se ríe mientras insulta a una reportera o procede con algún tipo de linchamiento. Hace mucho no veíamos en México un uso del poder de manera tan personal y mezquina como lo hace López Obrador.
Ayer mismo el hombre exhibía fotos de hace 12, 15 años para exhibir a Daniel Moreno, director de Animal Político, como un tipo enquistado al poder, como si fuera un vividor del poder, un arrimado a la mesa de los poderosos. Es absolutamente falso. Al igual que Córdova, es un hombre de un perfil discreto, sin alardes de ningún tipo ni tendencia alguna al protagonismo. Pero para el presidente es perverso porque examina a su gobierno y publica lo que encuentra. Suficiente para tener sus sesiones de bullying presidencial.
Resulta un tanto infantil la pasión del presidente por bulear a los demás. Es un afán de revancha gigantesco, pero también una forma de convivir, de relacionarse con los demás. Así hay personas: tienen la capacidad de sacar lo peor de alguien más. Hay parejas que se detestan y uno los ve comportarse entre ellos de manera agresiva e inusual, con desplantes que no le ha visto jamás a su amistad en ninguna otra circunstancia. O el maestro que tiene la facilidad de desanimar al más entusiasta de los estudiantes. Hay gente que motiva en el sentido inverso al que debiera ser. Así es el presidente. Curiosamente nadie pensó que saldría con esa tremenda facilidad. Nació para chingar.
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