Es posible que nos quedemos con un par de partidos grandes y varios medianos: MC, PES, PRI y PRD.
Para el próximo lunes ya sabremos quién será el nuevo presidente de la República, los nuevos gobernadores y cómo quedará repartido el Congreso Federal en ambas cámaras. En algunas de estas elecciones ya podemos prever el resultado. Es la elección más grande que haya tendido nuestra democracia, en términos de renovación de cargos, así que tendremos un resultado de esas magnitudes y unas consecuencias similares.
Es claro que Morena se perfila como el gran ganador. El partido/movimiento más joven es el que se llevará la gran tajada del pastel electoral. Es un partido nuevo con gente vieja, es un partido nuevo con muchas mañas, es un partido nuevo con mucho dinero, es un partido nuevo liderado por quien corre por tercera vez para ganar la presidencia del país. Así que estamos ante algo novedoso que recoge los vicios de los viejos partidos con viejos militantes. Con tan sólo cuatro de los seguidores de López Obrador se suman más de cien años de militancia priista, con tan sólo tres panistas de los que se fueron se juntan más de 70 años de militancia panista. Pero el caso es que es este partido el que está encabezando el cambio en varias entidades y también en las elecciones para la presidencia. Todo parece indicar que tendrán una gran cantidad de poder, y quizá hasta la mayoría en ambas cámaras, será un partido con un gran margen de acción. Pero también las cosas propias del ejercicio del poder los someterá a una evaluación estricta respecto de sus actos y obras.
Recordemos que el poder desgasta.
El caso del PRI no parece nada sencillo. Más allá de que probablemente Meade se coloque en el segundo lugar –lo que sería verdaderamente una epopeya– los resultados como partido no suenan halagadores. Quizá estemos ante uno de sus peores resultados, su disminución en el reparto de poder será notable y muy probablemente dejarán de ser un partido grande y tengan la dimensión de uno mediano. El reacomodo en ese partido no parece ser sencillo, habrá muchos agravios entre los grupos y el cobro de facturas –empezando por cobrarle la derrota al presidente Peña Nieto– estará a la orden del día. También es muy posible –dada nuestra cultura política– una migración hacia el partido ganador.
El PRD hace tiempo que dejó de ser un partido grande, iba rumbo a ser un partido pequeño y Ricardo Anaya lo rescató para volverlo, en el mejor de los casos, un partido mediano. Sin embargo, el resultado de su coalición con el panismo no les va a dar los resultados que esperan. La salida de ese partido el día de ayer de una de sus líderes de años, Amalia García, es el síntoma de que las cosas no quedarán del todo bien.
Aún así con seguridad tendrán más legisladores que si hubieran ido solos. No sería raro ver que algunos de ellos se trepan al barco de Morena, total, ya fueron casi todos compañeros en alguna ocasión.
Ya lo hemos dicho, el PAN será el gran perdedor. Posiblemente tenga menos diputados de los que tuvo en 1988. Y es el gran perdedor porque ese partido solito, hace poco más de un año, ganaba las elecciones a AMLO y ahora quizá llegue al tercer lugar. De la mano de la derrota llegarán las venganzas y dentro de una semana podremos ver cómo escurrirá la sangre de las instalaciones de ese instituto político, siendo la cabeza de Anaya y sus secuaces las primeras en rodar. De cualquier manera, aunque le vaya mal se quedará con sus doce gobiernos estatales, que no es poca cosa y quizá quede, después de Morena, como el segundo partido más grande.
Como se puede ver, es posible que nos quedemos con un par de partidos grandes y varios medianos: MC, PES, PRI y PRD.
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com