La oposición a un gobierno arbitrario no se construye en el silencio.
“No hay oposición”, “la oposición acabó aniquilada”, “desapareció la oposición, no existe”. Estas son algunas de las frases que suenan constantemente como resultado de las elecciones del año pasado. Y sí, en efecto, la oposición partidista terminó en el sótano vapuleada, desmoralizada y despreciada por los ciudadanos.
Esa es la oposición partidista que tendrá que hacer sus propios esfuerzos por salir del atolladero. El panismo deberá tomar algunas decisiones importantes si quiere cobrar relevancia. Este año cumplirá ochenta años y no se ve claro cómo vaya a llegar a ese cumpleaños que será dentro de un mes. Sin figuras estelares, sumido en su visión poquitera, con sus personajes mediocres y con el enorme rencor que se guardan todos no parece tener un buen panorama, aunque dentro de todo parece ser el que más rápido se puede recuperar, como se vio en Puebla. El PRI quién sabe qué haga, pero a lo mejor puede caer más, pues como se sabe para la decadencia nunca hay límites. Y el PRD parece que va a convertirse en una especie de franquicia a la que lleguen algunos de los impulsores frentistas de las elecciones pasadas y, dicen, abrirse a la ciudadanía. Parece una buena decisión porque casi cualquier cosa es mejor que seguir como están, mirando la fosa en que van a caer, y por lo menos tratar de hacer una oposición pequeña pero inteligente.
Pero la oposición no se la podemos dejar a los partidos. No se puede esperar a que salgan de sus taras y sus vicios. La oposición somos todos y cada quién puede hacer una parte importante. Ante la embestida autoritaria no podemos quedarnos de brazos cruzados. Mientras el presidente agrede a los que no piensan como él, se diseña y se aprueba una Ley de Extinción de Dominio, que es un atentado a las formas más elementales de justicia, además de una amenaza a la propiedad privada. Sin sentencia de un juez te pueden quitar tu casa o lo que consideren. Para las obras públicas se hacen estudios “fake” que no respetan siquiera la normatividad. Es el aplazamiento del interés común para favorecer el capricho personal de quien gobierna.
Incluso al propio gobierno le convendría tener algo de oposición a su interior para soportar mejor sus decisiones, pero parece que ese camino no es viable. El que piensa distinto es acusado de “neoliberal” o de ser de “moronga azul”. No se puede esperar mucho en ese sentido. Al contrario, hay la clara intención de que prevalezca el pensamiento único y que los disidentes se queden por ahí en algunas columnas de medios impresos, como ejemplo útil de “la libertad de expresión” que se ejerce en la 4T.
Creer que con los modos y medios tradicionales se podrá enfrentar el populismo amlista y consolidar una oposición, es un error. Cada quien en su trabajo, con su café, en los debates en redes –por absurdas y contradictorias que a veces sean las discusiones–, en lo que escriba, en lo que diga, puede construir oposición. La oposición a un gobierno arbitrario no se construye en el silencio. Hay que hablar y no dejar de hacerlo, no dejar los temas de conversación en lo que mandan todas las mañanas –aunque tampoco son poca cosa, revelan las mañaneras una forma de ser–, pero hay que poner los temas propios y, sobre todo, no dejarse y defenderse.
Creo que en este momento lo importante es que los ciudadanos que no están de acuerdo con este gobierno atrabiliario y ramplón tengan vasos comunicantes, ya después se verá a quién se apoya y cómo, pero mientras tanto la oposición es algo muy importante como para dejárselo solamente a los partidos.
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