A mí es un personaje que no me gusta en absoluto, pero no se puede negar que es inteligente, culto, preparado; también astuto: huele el momento oportuno para destacar.
Porfirio Muñoz Ledo no ha dejado de arañar la gloria, pero siempre se ha quedado atrás y como bien dijo en una entrevista, el Nobel ya no lo ganó y la presidencia de México, tampoco. Eso seguro que el espejo cada día se lo recuerda: ya nunca será presidente.
La historia de Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega (es su nombre completo) no ha sido la de cualquier político mexicano. Amo y señor del trapecio político, Muñoz Ledo ha defendido lo mismo a Gustavo Díaz Ordaz que ha Vicente Fox o Andrés Manuel López Obrador. Pero no nos quedemos en el simple cambio de partido, en el cómodo oportunismo. Los talentos de don Porfirio son múltiples y siempre los pone al servicio de quien considera es la mejor de las causas: él mismo.
A mí es un personaje que no me gusta en absoluto, pero no se puede negar que es inteligente, culto, preparado; también astuto: huele el momento oportuno para destacar. Así lo hizo cuando interpeló a De la Madrid en su último informe. Pero no es suficiente para describirlo. Dueño de una oratoria notable –solamente desmejorada en algunos detalles por la avanzada edad–, Porfirio fue temible. Él sólo como senador opositor en el sexenio de Salinas, tenía la capacidad de poner en jaque a toda la bancada priista. Su enjundia opositora ha sido tan vehemente como su institucionalidad priista. A la hora de dar la cara no se arredra en defender los delirios lopezobradoristas o los crímenes diazordacistas (en respuesta al 5º Informe –1969– Porfirio dijo en referencia al presidente Díaz Ordaz: “Como miembro de este partido y como mexicano que confía honestamente en el destino de la nueva generación, nada me ha conmovido más hondamente en el texto del V Informe que el valor moral y la lucidez histórica con que el presidente de México reitera su confianza en la ‘limpieza de ánimo y en la pasión de justicia de los jóvenes mexicanos”).
Más allá de su priismo, Porfirio representa lo que se podría definir como un político profesional. No está acostumbrado a la medianía, ha sabido huir de ella mientras muchos de sus compañeros de generación se hundían en esa arena movediza que son las decisiones políticas. Muñoz Ledo cuenta con la aprobación e incluso la admiración de una buena parte de la izquierda –lo designaron para ponerle la banda presidencial a López Obrador: un evento entre dos notables expriistas–. Tiene un pasado similar al de López Obrador, pero si uno se convirtió en líder de masas el otro se volvió un “político boutique”, al que los partidos querían tener cerca por su capacidad, su experiencia y talento. Y también por su sentido del humor, que no es poca cosa en estos tiempos donde la amargura sale por las mañanas de palacio.
Fue presidente del PRI, del PRD y se apresta este fin de semana a ser presidente de Morena. Ser presidente de tres fuerzas políticas antagonistas entre sí. No creo que alguien más tenga ese logro –si lo consigue, claro–. Por eso está feliz, es un paso más en su exitosa carrera para inflar su ego. Hace algunos años dijo en una entrevista que su mejor virtud “fue la de hacer cosas que fueran importantes, la voluntad de estar en la historia”.
Nunca fue presidente del país, pero no se quedó arredrado en el rencor o en la desidia. Si gana este fin de semana su “voluntad de estar en la historia” será premiada nuevamente.
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