Lo que hemos visto en estos días parecen ser los estertores de un gobierno al que le falta poco más de un año para terminar. Hay prisa por todo e incluso desesperación, desorden. No otra cosa fue el manejo, por decirlo de alguna manera, que se hizo de la convalecencia del presidente. Dejaron la especulación como forma de comunicación, como manera de exacerbar una situación que podía ser delicada para el país. El presidente terminó corrigiendo a su vocero y al secretario de Gobernación, se apareció en un video en el que nada más le faltó aceptar su inmortalidad y aprovechó para dar unas clases de historia, fustigar a sus adversarios y hablar del odio, la muerte y la importancia de su proyecto. Uno más de sus videos delirantes en los que queda claro que está normal pues, como él mismo subrayó, no tenía daños cerebrales.
El presidente mandó una apretada lista de reformas a diputados y senadores. De lo más variada la lista, pues iban desde más concesiones al Ejército y la casi desaparición del Conacyt, hasta la posibilidad de retirar concesiones mineras, cancelaciones de contratos y el abierto reconocimiento en materia de salud que es la desaparición del Insabi.
¿Por qué un gobierno que se perfila para la salida decide hacer tantos cambios, algunos de ellos muy importantes para el futuro gobierno? ¿Por qué la prisa? ¿Por qué si un movimiento, un partido, dice tener asegurada la continuidad, cuenta con un presidente muy popular y, por ahora, las encuestas le favorecen, entra en una vorágine reformista? Algo no suena bien en todo esto.
Por un lado, es claro que el presidente ya se dio cuenta de que el tiempo sí hace de las suyas y, más allá de la salud, su periodo concluirá más temprano que tarde. Y no ha terminado de destruir todo lo que quería derrumbar, así que manos a la obra, y se vendrán días de devastación. Desde un principio el presidente advertía que había que hacer muchos cambios, acabar con todo lo hecho en el periodo neoliberal, por si algún día regresaba la derecha le costara reestablecer el proyecto.
Por el otro lado está el asunto de los presidentes en su último tramo de gobierno en el que mantienen el poder, pero no el control. Para septiembre de este año será muy difícil que Morena funcione de manera cohesionada. Para el próximo periodo legislativo ya habrá una división profunda entre las corcholatas, muchos de los legisladores y legisladoras estarán buscando su reelección o el salto a otro puesto y eso incluye divisiones al interior del partido. Así que para dentro de unos meses nadie estará en condiciones de garantizar una mayoría al presidente para las reformas que se le ocurrieran, por lo que se podría aplicar aquello de ahora o nunca.
También está la posibilidad de buscar, por medio de estas reformas, neutralizar cualquier intento, cualquier debilidad ideológica –en el caso de que el ganador sea de Morena– de quien quede en la Presidencia como resultado de las próximas elecciones, y de esta manera extender el lopezobradorato. Para nadie es un secreto la fascinación que siente el presidente por su Palacio y lo terrible que será para él dejar ese lugar para el que siempre se sintió predestinado. Ya ha manifestado que no debe haber desviaciones en el proyecto, que su transformación debe continuar y que eso está garantizado. A la mejor no está tan garantizado y está recurriendo a una manera legal de amarrar las manos de quien viene, pues es claro que no tendrá mayoría y cambiar leyes le costará demasiado. López Obrador, de esa manera, estaría extendiendo su mandato. A la mejor por eso tanta prisa.
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