En mayo de 2019 publiqué una columna en este mismo espacio titulada Consideraciones al lozoyazo, en la que hice comentarios respecto de quien, en ese entonces, era su abogado: el licenciado Javier Coello Trejo. Entre los comentarios que hice recordaba la fama que tuvo el señor Coello cuando se desempeñó como policía. Comenté que había sido “un policía de mala reputación”, un “hombre con fama de brutal” que en algún momento de su vida “perseguía corruptos y ahora los defendía”; recordé el terrible caso de una banda de policías violadores en el sur de la CDMX que estaban adscritos con él. Fue un rápido repaso para decir quién estaba al frente de la defensa de un hombre acusado de corrupción como lo es Emilio Lozoya.
El licenciado Coello Trejo procedió a demandar tanto a mí como al periódico El Financiero, alegando daño moral, a su honor y reputación y exigiendo una reparación económica. El juicio fue largo: cuatro años. Consideré decente y honorable no hacer comentario alguno sobre el señor y su desempeño en distintos puestos de la administración federal, ni sobre la demanda que llevó a cabo.
Hace pocas semanas, el Decimotercer Tribunal Colegiado en Materia Civil del Primer Circuito determinó que la demanda de Coello Trejo en mi contra no procedía. Ésta fue la cuarta instancia legal que perdió el licenciado Coello Trejo. Entre otras cosas, el tribunal resolvió:
“Debido a la profesión que desempeña y al asunto de su defendido Emilio Lozoya, se colocó de manera voluntaria en una posición de interés general para la sociedad, por lo que no puede esperar que su esfera privada se mantenga intocable”.
“El quejoso debe ser considerado como una persona de proyección pública, ya que, en el juicio original, a pesar de alegar dicho carácter, nunca acreditó el carácter de servidor público, resultando NO APLICABLE el sistema dual”.
“La nota periodística se refiere al quejoso en su periodo de actividad como servidor público y no en la actualidad”.
Coello Trejo alegaba el daño a su reputación. Lamentablemente, cuando uno busca en internet el nombre del señor y su pasado no se topa precisamente con semejanzas de la vida de Francisco de Asís. Muy al contrario, la información que aparece es verdaderamente escandalosa. Tan sólo en el buscador de Google con las palabras “Javier Coello Trejo torturas” aparecen más de 18 mil 300 notas. Sabedor de esa imagen, procedió a publicar un libro con sus memorias y a placearse por los medios para hablar de su paso por la vida pública y que su reputación no afectara a su nueva clientela. Revisando todo lo que se ha dicho respecto del señor, no entiendo por qué me demandó a mí ahora y no a decenas de periodistas que publicaron durante años las decenas de miles de notas sobre las actividades del distinguido abogado.
Está su libro, pero también hay una gran cantidad de reportajes, varios de ellos actuales y hasta algunos en los que se habla del comportamiento violento y atrabiliario de este señor. De esto da cuenta él mismo en sus entrevistas –para que se vea que nada invento, simplemente lo cito–. En una entrevista con Lourdes Mendoza, publicada en este mismo periódico al que demandó, el señor Coello Trejo narra lo siguiente:
“Hubo dos momentos que me encantaron: uno, cuando cacheteé al obispo Samuel Ruiz. Y dos, cuando le menté la madre a Carpizo en Los Pinos.
“Me levanté a saludarlo y al mismo tiempo se acercó Carpizo y, con toda la mala leche, Córdoba Montoya dijo:
-Doctor Carpizo, ¿conoce usted al licenciado Javier Coello Trejo?
Por cortesía y porque no me quedaba de otra, le extendí la mano.
-Yo no saludo a asesinos, respondió, dejándome con la mano extendida.
-No soy asesino, doctor, pero me puedo volver. Vaya usted y chingue su madre, le respondí”.
Conmovedores momentos, sin duda, los que “encantaron” al señor Coello Trejo. Abofetear a un cura anciano y amenazar de muerte a un funcionario. Tipazo. El asunto es que resulta muy difícil que alguien que se regocija en ese tipo de anécdotas quiera tener la fama de hombre piadoso.
La decisión del Poder Judicial deja en claro que los hombres públicos, los que han tomado decisiones en este país, tienen derecho a su vida privada, pero su paso por la vida pública no expira y siempre debe ser revisado una y otra vez para no repetir la historia. Aunque nuestra necedad nos lleve a repetirla.
Sólo me queda agradecer a Enrique Quintana, director de este periódico, la solidaridad en la demanda y en el largo proceso del litigio.
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