Penoso y decadente

Lo sabemos, no se cansa de decirlo: su pecho no es bodega. Y su cabeza no es cafetera, porque no tiene filtros. Posiblemente el presidente López Obrador considera que no guardar discreción sobre asuntos o incluso sobre lo que él piensa de determinadas cosas es una virtud. Algo que lo distingue como buen hombre porque, según él, no tiene nada que ocultar. Esta curiosa percepción de la probidad y la sinceridad tiene como resultado una boca floja que pronuncia lo que llega de la cabeza sin tapujo alguno. Eso sí, es revelador para los que atendemos sus palabras para bien o para mal. El señor presidente no tiene procesos que le permitirían entender que no se puede decir todo lo que se le ocurre, sus elaboraciones son muy primarias y por lo tanto dice muchas boberías.

Uno de los resultados de comportarse de esa manera inmadura, de no detenerse en pensar las consecuencias y significados de lo que dice, son las maneras en que agrede a sus gobernados. Se la pasa pidiendo respeto a su investidura y es el primero que la degrada. De esa forma percibe lo que sucede en la realidad y cree que se trata sobre él, de su éxito o su fracaso. Si es de lo primero, es obra de su condición de divinidad en la tierra, si es lo segundo es obra del maligno que opera a través de fuerzas conservadoras que desean detener su obra transformadora. Es entonces que ve enemigos, representantes del mal en todas partes. Es incapaz de encontrar algo genuino en un reclamo, así sea de justicia, así sea del familiar de alguna víctima porque en esta tierra no hay más víctima que él.

En su visita a Ciudad Juárez, tierra de la tragedia migrante en el obradorato y que cobró 39 víctimas en una situación de negligencia criminal, el presidente enfrentó reclamos ciudadanos. Por supuesto reclamó airadamente a los protestantes: esas no son maneras de manifestarse, dijo. Cuando una mujer le comentó que en el pasado él había bloqueado calles para reclamar injusticias, se encolerizó y descalificó a la mujer: “que se me hace que te mandó Maru, mi amor”, le espetó a la mujer. Más allá del tono misógino de la respuesta, está la descalificación de la persona, el presidente la trató como si fuera una emisaria de la gobernadora y, de paso, a la gobernadora le dio trato de enemigo en medio de la tragedia. Insensible al dolor de los demás no duda en ponerse de ejemplo y en descalificar a quien sea.

Su conocido afán moralizante que lo convierte sistemáticamente en un predicador fanatizado también forma parte en su relación con otros países. Como su pecho no es bodega y piensa que los gringos son en general unos pinches mariguanos y que se drogan porque no saben convivir en familia y como ganan dinero entonces se vuelven materialistas y se drogan todo el tiempo. El sábado puso este tuit de lo que tiene en la cabeza respecto a Estados Unidos: “Amenazan con invadir, venden armas de alto poder en sus tianguis, no hacen nada por sus jóvenes, padecen –lamentablemente– de la terrible y mortal pandemia del fentanilo, pero no atienden las causas. No les preocupa el bienestar, sólo el dinero, ni fortalecen valores morales, culturales y espirituales; tampoco limitan el consumo de drogas, por el contrario, lo fomentan hasta en el deporte. Es penoso y decadente”.

La verdad que lo penoso y decadente es nuestro presidente que no sabe detenerse a pensar un momento lo que va a decir. Su pecho no es bodega, su boca está floja y su cerebro está lleno de aserrín. Nada bueno puede salir de esa combinación.

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