Con el arranque de las precampañas se dio el banderazo al despilfarro de dinero público que son nuestros procesos electorales. Si bien es cierto que los partidos políticos se encuentran a la baja en casi todo el mundo, en México parte del deterioro de estas instituciones lo debemos no sólo al alejamiento de los ciudadanos, a la falta de programas o la puesta al día de planteamientos ideológicos como sucede en todos lados, sino al vulgar apego que han mostrado los partidos al dinero. Si antes los movía un ideal, ser parte actuante del país, ahora es el billete, el presupuesto, la canonjía, el negocio.
Las leyes electorales en nuestro país han ido acotando la libertad y ensanchando las bolsas de los partidos. No hay partido que no sea un negocio, una agencia de empleo, un intermediario entre los gobiernos locales de los distintos niveles y la obra pública realizada. Los diputados más que legisladores se han convertido en coyotes, en elementos que son gestores de dinero público, por supuesto con comisión propia, no buscadores de un bien común o de representar verdaderamente a un sector.
Hace unos días en el INE se dio un espectáculo bochornoso y de vergüenza nacional. Al enterarse de que les habían recortado el presupuesto en ese instituto, los representantes de los partidos se levantaron de la sesión y exigían que se les diera “su dinero”. Esto no obstante que los partidos no han entregado debidamente las cantidades a que se comprometieron para ayudar a los damnificados de septiembre. Otro más de sus compromisos que queda en el aire. Todos en austeridad y los partidos exigiendo sus recursos “para trabajar”. Patético.
La danza del dinero es el motor central de los partidos y las campañas son un parte de ese gigantesco baile. Porque no olvidemos que los partidos reciben exorbitantes cantidades de dinero también cuando no hay elecciones. No hay nada que no cueste dinero en los partidos, todo se compra y todo se vende: desde la afiliación hasta la candidatura. Las alianzas tienen que ver con candidaturas y con supuestos “frentes”, pero en el fondo se sabe que se usará el presupuesto del aliado quien ya amarró su lana en algún cargo futuro.
Tan se sabe del eje monetario de los partidos que, seguramente, fue otro de los factores a consideración para que el PRI lanzará a Meade como candidato. El representante del PRI en la competencia presidencial sabe, desde hace años, como gastan y qué piden los partidos. Mejor aún para Meade: el dinero se lo pedían a él, los gobernadores, los presidentes de los partidos, los coordinadores parlamentarios. Todos pasaron por su oficina a pedir dinero. Así que no piensen que está desarmado. Es de suponerse que sabe de todos y mucho.
Salvo los que lleguen a la boleta como candidatos independientes, los tres ya amarrados recibirán cada uno miles de millones de pesos para su campaña. Una buena parte de ese dinero público se malgastará en excesos propagandísticos y la otra parte en comprar “estructura de tierra” que es como se les denomina hoy a los mapaches electorales.
La política electoral y la vida de los partidos deben cambiar porque es contraproducente para los propios partidos y para los ciudadanos su dependencia al dinero.
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