Equivocarse es una cosa, meterse el pie es otra; entramparse a sí mismo, darse un balazo en la pierna, cortarse un brazo, ya es otra cosa. Este gobierno, que se autodenomina transformador, es especialista en entramparse.
Es normal que los gobiernos cometan errores. La equivocación no solamente es algo recurrente, sino que también es una útil herramienta de aprendizaje en el quehacer gubernamental. Hay bibliotecas enteras sobre lo que no hay que hacer en un gobierno. Pero equivocarse es una cosa, meterse el pie es otra; entramparse a sí mismo, darse un balazo en la pierna, cortarse un brazo, ya es otra cosa. Este gobierno, que se autodenomina transformador, es especialista en entramparse. Hace leyes para castigar a sus enemigos y termina siendo víctima de sus propias intenciones. Con el agravante de que una de las características principales de este espíritu transformador es la verborrea, la palabrería en cantidades gigantescas, y así las palabras le regresan de una u otra manera. Van algunos casos.
El asunto Chabelo. Como ya comentamos en este espacio, el presidente López Obrador hizo una apología del afamado ídolo de la infancia de generaciones contraponiéndolo con lo que él denomina “el Nintendo”: juegos violentos que refuerzan el individualismo y el “mercantilismo vil”. Los niños eran mejores cuando veían a Chabelo, parece decirnos el presidente. Pero, ¿por qué los niños ya no ven a Chabelo? Pues porque su programa despareció. ¿Y por qué desapareció? Pues por falta de anunciantes. ¿Y por qué no tienen anunciantes? Porque los gobiernos –éste y el de Peña, para que vean que son iguales– castigaron a esos programas prohibiendo el anuncio de botanas y golosinas. En un artículo publicado la semana pasada (’El Estado mató a Chabelo’, El Universal 14/12/21), Javier Tejado, experto en telecomunicaciones y alto ejecutivo de una televisora, describe puntualmente cómo las leyes de salud, las restricciones de Cofepris, el etiquetado y una serie más de restricciones, acabaron no sólo con el programa de Chabelo, sino con toda la barra infantil. Ahora el presidente añora la presencia televisiva del niño gigante con pantalones cortos.
El castigo a quien trabaja. De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno, dice el refrán. Con justa razón el presidente llamaba la atención sobre lo turbio que podía resultar que un alto funcionario gubernamental se pasara a ser directivo de alguna empresa privada a la que benefició con sus decisiones de gobierno. Así pues, decidió que cualquier funcionario de nivel, al dejar de laborar en el gobierno, se le prohibiera trabajar en cualquiera de las áreas en las que repercutían sus decisiones ¡por 10 años! Un absurdo a todas luces, impulsado por quienes se han distinguido por muchas cosas, pero no precisamente por trabajar. Así, quienes dejan, por la causa que sea, de trabajar en la falsa transformación tienen prohibido trabajar en lo que se supone que saben hacer. Un caso ejemplar es el de Santiago Nieto, pues la repercusión de sus acciones era en múltiples esferas. ¿Dónde va a trabajar ahora? Se antoja imposible. Ricardo Monreal, siempre tan lindo, le ofreció ser su asesor, lo que no es gran cosa para quien se planteó ser un ejemplo en la vida pública nacional. A él y a otros los ha arrojado este gobierno a la simulación. No tienen de otra.
El fiscal autónomo. Tratar de poner a alguien que sea autónomo ante el presidente es un verdadero reto. Gertz Manero, evidentemente, no lo es. Sin embargo, el fiscal ha dado muestras de autonomía y de verdaderos extravíos delirantes al perseguir a quienes fueron sus familiares: hostigar a una mujer de más de 90 años que fue su cuñada y meter a la hija de ésta a la cárcel, además de aterrorizar con órdenes de aprehensión a sus compañeros en el propio gobierno y a quienes osan contradecirlo. Eso no es autonomía, es ya un asunto de carácter clínico.
Como se ve, los buenos deseos, las leyes con dedicatoria, los afanes justicieros con tintes peliculescos, no siempre llegan a buen término. Se necesitaría de una eficiencia técnica en la planeación y la ejecución que este gobierno no tiene ni en sueños. Por eso el presidente se ha arrojado a los brazos del Ejército.
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