La secta

Los senadores de Morena, un grupo que encarna la política primitiva y excluyente, no tienen una idea clara del país ni de sus problemas.



Es claro que Morena no es un partido, ni siquiera un movimiento. Es una secta. Un grupo cuasi religioso que promueve la alineación de sus agremiados y simpatizantes. Su líder es el presidente Andrés Manuel López Obrador. Él, desde el púlpito en que ha convertido Palacio Nacional, arenga a sus huestes, las moviliza en contra de los enemigos del pueblo, los enemigos de la secta, los agentes del mal que toman diversas formas para hacerle daño al noble pueblo mexicano.

Por supuesto dentro de la secta están los cautos, los tímidos, esos que practican sus ritos, dicen sus oraciones, pero prefieren la mesura, no son amigos del escándalo y prefieren guardar sus energías para cuando ven al líder. Un grupo numeroso es el de los fanáticos, siempre dispuestos a dar el ejemplo público de la obediencia y el amor al prócer. Sacrifican públicamente lo que sea con tal de recibir la mirada bienhechora del guía. Muchos de ellos ostentan un cargo en el que reciben dinero por sus genuflexiones y alabanzas en este caso: diputados, senadores, gobernadores, miembros de la alta burocracia gubernamental y ciertos periodistas y académicos en decadencia.

Esta semana algunos de ellos publicaron un manifiesto en el que mencionaban claramente que el presidente “encarnaba” a la nación, a la patria y al pueblo. Pobres imbéciles. Su nivel de servidumbre no tiene límite. No sorprende la bajeza de este grupo ni su ignorancia y estupidez. Sí un poco llama la atención la voluntad de aparecer públicamente como desquiciados adoradores de una figura llena de rabia y ponzoña como lo es ahora el presidente. Los senadores de Morena, un grupo que encarna –ellos sí– la política primitiva y excluyente, no tienen una idea clara del país ni de sus problemas. Responden a esa intención del presidente de degradar las instituciones nacionales y enseñarles a los ciudadanos que la actividad pública, si no la hace él, es una carpa en beneficio de los enemigos del pueblo.

Rudimentarios y zafios, los senadores de Morena pretenden excluir a la oposición democrática –débil, perdida y atolondrada–, ya no digamos de las decisiones públicas, sino incluso de la participación política. Han llamado a quienes no apoyan al presidente traidores. Son fascistas, pero a la mejor no lo saben. No debemos olvidar que el presidente, como anécdota boba, sacaba a relucir el nombre de Mussolini porque se llamaba Benito (según él, porque así le pusieron por Juárez); lo dijo en una reunión ante la ONU –quizá sea el único mandatario en la historia de ese organismo en pronunciar ese nombre– y lo sacaba a cada rato como si fuera la anécdota motivo de orgullo nacional. Sin embargo, viendo el actuar del primer mandatario mexicano en estos años, todo parece indicar que el tabasqueño sí le dio una visitada a las palabras y estrategias de, ése sí, encarnación del mal. Porque, ¿qué decía Mussolini de la oposición? Veamos un discurso del 17 de enero de 1926: “Cualquiera de los del Aventino que quiera volver, simplemente tolerado, a este hemiciclo, debe atenerse solemnemente y púbicamente a lo siguiente: primero, reconocer el hecho consumado de la revolución fascista, para la que una oposición preconcebida es políticamente inútil, históricamente absurda, y sólo puede ser entendida por aquéllos que viven más allá de los límites del Estado” (El hombre de la providencia, Antonio Scurati. Alfaguara).

Como se puede ver, no hay mucha diferencia entre lo que profieren nuestro presidente y sus fanáticos en la secta. Tiempos difíciles.

 

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