Sí, también así son las élites.
“Nos apena que la familia Alemán esté enfrentando problemas de deudas y hasta de embargos por varias autoridades”. Este párrafo demoledor es parte del comunicado de Televisa, en el que refiere el problema del pago por la adquisición del 50% de Radiópolis por parte de esa familia. Como ya es de todos conocido por las noticias, en efecto el grupo que preside Miguel Alemán –nieto del que fuera presidente del país– ha incumplido los pagos comprometidos además de un pagaré que dio en prenda. La cantidad supera los 1 600 millones de pesos.
Pocas veces sabemos de problemas de este tipo en la élite empresarial. Los negocios normalmente no pasan por el ojo público, los pleitos son cada vez más como un signo de los tiempos en los que nada se puede esconder, y como aquella maldición que decía algún personaje de García Márquez: todo se sabe.
La familia Alemán es, por decirlo en términos presidenciales, de las más fifís. El expresidente Alemán comenzó el emporio empresarial que ahora recae en manos de su nieto. En esas generaciones, los Alemán se abrieron paso en diversas áreas públicas y sociales: desde la irrupción y formación del jet-set, la incursión en medios de comunicación. El turismo, la aviación, la energía y otros rubros esparcidos en diversas empresas y, por supuesto, la política. Particularmente su sociedad con Televisa fue muy conocida. De perfil público muy alto, es una familia que no parece tener ninguna vocación hacia el escándalo. En general manejan una imagen “suave” que los hace ver como generosos y atentos, preocupados por el desarrollo del país y de sus propios negocios.
El cambio anunciado por López Obrador incluía, de alguna manera, un cambio en las élites del país: políticas, empresariales, culturales. La política ya la notamos todos, falta ver si fue para mal o para bien, pero digamos que el cambio de la élite política ha comenzado. No sabemos qué vaya a pasar con las otras. El consejo asesor del Presidente parece ser el grupo de los mismos de siempre –incluidos los Alemán, por supuesto–, pero la caída de ese grupo empresarial familiar en deudas millonarias con el SAT, congelamiento de cuentas –aunque ayer hacía notar Raymundo Riva Palacio en este periódico, que habían vaciado las cuentas antes de la acción legal– y demandas con la empresa que fuera su casa durante años, habla de un desorden generalizado en ese grupo. El emporio Alemán comenzó con una transición: la de la Revolución a la industrialización, la de los generales a los licenciados, ¿terminará en la transición de la cuautroté que va del liberalismo al neopopulismo? Como en cualquier película o serie de tv (ver Succession, de HBO), los patriarcas desconfían de sus herederos porque piensan que echarán todo a perder; quizá porque primero ellos echaron a perder a los propios herederos. Todo parece indicar que este asunto da para más. Las élites también se mueven.
Otro caso de nuestra élite empresarial tiene que ver con el junior Alfredo Harp Anaya. Nieto de banquero, este joven difundió en redes sociales (Reforma 24/11/19) el enorme desprecio que le merece la ley en el país, en que por desgracia vive. Se burla de los policías, de los reglamentos y, claro, de los ciudadanos. ¿Por qué? Porque su dinero se lo permite, porque su nombre le abre puertas. Y porque se ve que no tienen ningún límite el muchacho ni sus amigos. Usa para divertirse y retar a la policía coches de varios cientos de miles de pesos, y eso lo presume en todos lados. Con más gusto a un español que lo entrevista. Los juniors mexicanos siempre han sido particularmente estúpidos. Es el caso. Sin embargo, cabe señalar, tal y como vemos en la televisión y en las películas, que en cada familia acaudalada hay alguien dispuesto a enlodar el apellido, a procurar el descrédito –es este caso ganado con discreción y hasta sufrimiento personal– de todos, en venganza de quién sabe qué. Pero sí, también así son las élites.
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