Una discusión saludable

Es un hecho que el que gana, decide.


 electo


La etapa de postcampaña y de presidencia electa está dejando un saldo difícil de considerar en términos de debate público. La estrategia de comunicación del triunfador es la de avasallar mediáticamente todos los días con anuncios, declaraciones, fotos, reuniones. No creo que esté mal. Como ya hemos comentado, se tratará de una presidencia diferente, y, en este caso muy personal, mediática. Por supuesto que con la deficiente organización que tienen ahorita, hay muchas ocurrencias y disparates. Les puede ser útil, pues descartan ideas, queman personajes y de esa manera se van encarrilando.

En el otro lado de la comunicación, en la plaza pública, la cosa no ha sido tan sencilla. Los seguidores del Presidente electo siguen en campaña y no dejan de echar porras, justificar todo lo que dice él y sus subordinados –que no tienen ni una cuarta parte de la gracia y el carisma de su líder–, y descalifican a quien se atreve a opinar en contra de algunos de los múltiples proyectos que suenan, cuando menos, complicados de llevar a cabo. Ahora todos aman el béisbol, los trenes que atraviesan la selva sin destruirla, las refinerías, y han llegado a comparar la victoria y sus consecuencias con la Revolución francesa. En fin, que aun con las exageraciones, se entiende el buen ánimo y disposición a implementar cosas de manera diferente que priva en los propulsores de la cuarta transformación.

Pero intentar poner algo en la mesa de la discusión en estos momentos es algo merecedor de insultos y agresiones. Emitir a una opinión en contra de algo, cuestionarla, coloca a quien la emite en representante de intereses bastardos que fueron sepultados en las urnas el pasado 1 de julio, en un fascista que no entendió por qué perdió y por qué triunfó el pueblo. Dilo sin llorar, es la consigna de los victoriosos. Parece que será un camino árido el de la discusión en estas épocas de la cuarta transformación.

Sin embargo, en esta semana, un intercambio saludable, inteligente y respetuoso entre Jesús Silva-Herzog y Gibrán Ramírez Reyes. Hace tiempo no veíamos un intercambio de esa naturaleza sin que el arrabal que es Twitter lo empañara (fue por eso un intercambio de textos). El tema fue el de los famosos superdelegados. Es conocida la crítica de Silva-Herzog a esa figura que vuelve a concentrar el poder en un solo partido y que suplantan a los gobernadores. Gibrán alega que 32 van a hacer lo que hacían 500, y que los delegados servían para poner compadres, familiares de los funcionarios y tampoco eran especialistas (cabe recordar que el anterior delegado de la SCT en Morelos, su trabajo previo había sido en Harmon Hall). Gibrán, con sentido del humor, deja en claro que ese es proyecto de Morena y que eso es lo que van a cambiar: el funcionamiento gubernamental, cambiar lo podrido y para eso entrarán nuevas personas. Para eso ganaron. La crítica de Silva-Herzog se me hace más que pertinente y la respuesta de Gibrán es correcta: nos indica los resortes de muchas de las decisiones que tomará el próximo Presidente y su equipo.

Es un hecho que el que gana, decide. Punto. Entiendo que no debe haber incentivos para los perdedores –y más porque el rechazo a sus partidos fue aplastante. De un tiempo a la fecha, en la política había quien competía a sabiendas que perdería y que eso le daría una buena colocación con el ganador, una cuota de reconocimiento. Parece que eso se acabó y está bien. Quien gana toma el control porque tendrá el costo. Pero eso no quita que quienes quieren manifestar su desacuerdo, su crítica y sus inquietudes, no sean parte de este país y más en esta circunstancia en la que la crítica es la única oposición visible. Por lo pronto, hay que saludar que hay quienes, a pesar de la contundencia de su triunfo, creen que vale la pena argumentar y dialogar.

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