El proyecto de la señora hace agua y se ve que con los que están a su lado nomás no hay forma de salir del barranco.
Ha generado controversia la contratación que hizo Claudia Sheinbaum de un asesor español en comunicación política. Cualquiera pensaría de inicio que la señora Sheinbaum no hace mucho caso de las invectivas y vituperios que el presidente López Obrador dedica a los españoles, a quienes no baja de saqueadores, por decir lo menos. Las empresas españolas, los medios, bancos y asesores españoles son otra forma del saqueo sistemático que han hecho desde hace siglos los hispanos. Antes llegaban en barco y con caballos y hoy llegan por Iberia con computadoras. Esa es la imagen fija que tiene el jefe de doña Claudia. Pero, bueno, a la mejor es un signo de independencia de la señora, pero lo más seguro es que es una señal de desesperación.
Todos hemos visto el viraje que ha hecho la jefa de Gobierno con su figura pública: de ser una persona seria, con conocimientos y capacidad de trabajo, se ha convertido en una botarga burda de su jefe, que suelta consignas sin sentido o le da por sentirse alivianada y buena onda con una guitarra o se toma fotos con personajes grotescos, como la señora Layda. Pobre. Es la imagen misma de la confusión. Es evidente que entre sus virtudes no se encuentra el carisma ni la simpatía. Tampoco es que se deba tener a borbotones este par de características. Incluso se pueden suplir con una personalidad firme si se sabe bordar un discurso que le dé sustento. En eso parece estar entrampada la corcholata preferida del presidente. No sube ni con grúa. Es rechazada por un buen porcentaje de sus gobernados y hasta el momento sus actos de campaña –clips, tuits, etcétera– parecen más una selección de lo que podría llamarse “momentos de una vida aburrida”. Por eso llamaron al asesor.
¿Son los asesores extranjeros importantes en una campaña? Sí. Sobre todo porque le dan tranquilidad al candidato, ya que no responden a las grillas locales ni pertenecen a un grupo político con intereses específicos, así que los candidatos no necesitan dobles lecturas con ellos. Otra cosa es que les hablan ya sea en inglés, francés o en español de España –que a veces requiere traducción– y, bueno, los mexicanos somos normalmente muy condescendientes y amables –hospitalarios, que se le dice– con quien viene de otro país. Así pues, que ellos se sienten muy tranquilos trabajando directamente con la candidata o candidato, que también sienten que están en manos de alguien que sabe más que todo su equipo, aunque no sea necesariamente cierto.
Este tipo de asesores, como el que contrató Sheinbaum, cobra mucho dinero. Les vaya bien o mal a sus asesorados ellos se llevan un billetote. ¿Toman decisiones? Más bien sugieren por aquí y por allá, lo que debería ser el mensaje, la imagen, etcétera, y ya el equipo de campaña se encarga de “tropicalizar las ideas” del extranjero; si todo sale bien, él se lleva las medallas, y si todo sale mal, la culpa es de la candidata o candidato. Por supuesto hay mucho charlatán en ese ámbito. Sobre todo españoles que, diría el presidente, nos siguen dando espejitos a cambio de oro. Pero eso es parte del mercado y sucede en todas las materias.
Lo que es claro es que fue noticia la contratación del “asesor español” (nuestra prensa nunca deja de señalar el origen de los personajes por aquello de la necesaria dosis de xenofobia y de echarles la culpa de nuestros males a los de afuera) por parte de Sheinbaum. Pero no tanto por el individuo en sí, sino porque el proyecto de la señora hace agua y se ve que con los que están a su lado nomás no hay forma de salir del barranco.
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