La falta de planeación y el desorden generalizado en el gobierno han convertido al país es una bomba de tiempo en el sector Salud y el económico.
Muy probablemente nos tocará ver algo que pensábamos imposible en nuestra joven democracia: la renuncia de la Cámara de Diputados a una de sus facultades para cedérsela al presidente. Las fuerzas de Morena darán en el Legislativo una de las muestras de abyección –y miren que en San Lázaro la ignominia tiene logros altísimos– más grande que se pueda dar. Sin dignidad ni decoro, el grupo parlamentario oficialista agachará la cabeza y se cortará las manos porque así se los pide su líder supremo. Qué vergüenza.
La relación del Ejecutivo con el Legislativo ha tenido de todo en las últimas décadas en nuestro país. Desde la sumisión priista, los pleitos y distancias en las presidencias panistas, hasta el regreso a la humillación voluntaria con el morenismo autoritario. Antes del arribo de las fuerzas lopezobradoristas, el legislativo fue un mecanismo que servía para controlar los afanes de los presidentes.
En varias ocasiones, la Cámara de Diputados se convirtió en un verdadero muro de contención; en otros, en un real estorbo para los presidentes. La contención al poder presidencial desde ese recinto llegó incluso a la animadversión total, prohibiendo a los presidentes que presentaran un informe de labores ante otro poder. Así, pasamos de tener un ritual de alabanza –como lo fue durante años– a la nada, a un evento de televisión, en el mejor de los casos, y a una carpa itinerante como lo hace nuestro actual presidente.
Recuerdo que durante los gobiernos del PAN, tanto de Fox como de Calderón, las relaciones con su propio partido eran más que tirantes. El PAN nunca supo bien a bien cómo manejar esas relaciones. Se ponían ciertas reglas como de convivencia, pero no llegaban a tanto, tronaban por cualquier cosa. Los intentos de imposición desde la Presidencia eran tomados como verdaderas ofensas. A todo esto, había que agregarles las animadversiones personales, que eran como odios adolescentes de la secundaria y que nunca se solucionaron. De cualquier forma, el esfuerzo que tenían que hacer los presidentes, desde Ernesto Zedillo hasta Peña Nieto, para tener una relación medianamente fluida y respetuosa no era cosa menor, pues no sólo abarcaba a las fuerzas de oposición sino a su propio partido, relaciones que por lo general eran una verdadera pesadilla.
Las elecciones de 2018 le dieron a López Obrador un escenario completamente distinto. Los votantes le quitaron “la lata” del Congreso para que se moviera a gusto con sus mayorías y tuviera un gobierno exitoso de acuerdo con sus planes. La incapacidad del gobierno lopezobradorista es de dimensiones escandalosas, ni con todo a su servicio han podido llevar a cabo sus planes y obras. La torpeza, la ignorancia, la soberbia se han convertido en lastres de los proyectos gubernamentales. El presidente es un ejemplo clarísimo. Lo que no entiende lo descalifica y como no entiende casi nada, pues descalifica todo lo que no es su iniciativa.
La crisis de la pandemia ha sido un exponente involuntario de la ineptitud de la cuatroté. La falta de planeación y el desorden generalizado en el gobierno han convertido al país es una bomba de tiempo en el sector Salud y el económico. La solución que encontraron, producto de una fuerte carga ideológica y de la desesperación ante la propia incapacidad, es que los diputados renuncien a sus responsabilidades y se las dejen al presidente, abriéndole de esa manera el camino para el autoritarismo que en el fondo anhela quien habita en palacio.
Ojalá me equivoque y los legisladores de Morena cumplan su deber con la República y no con su jefe. Son tiempos oscuros los que vivimos.
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