Los polarizadores

Quizá uno de los grandes retos que enfrentan Ricardo Anaya y José Antonio Meade es que son personas racionales.


Campañas en el país


La polarización es una estrategia electoral. En nuestro país quien la ha manejado de manera diestra y permanente es Andrés Manuel López Obrador. A él le gusta polarizar porque se mueve con soltura pues esta estrategia no requiere de mayor conocimiento de los temas, al contrario, se trata de simplificar las cosas y de poner los ejemplos más básicos que se puedan para que tengan efecto en el gran público.

Ya lo hemos comentado en este espacio: las soluciones que plantea López Obrador seguramente son probadas por encuestas: que si el avión, que si el aeropuerto, que si las pensiones. El candidato las plantea de manera en que las muchedumbres lancen vítores y que los posibles defensores de los problemas estén condenados de antemano. El asunto es que pone a girar a todos los medios y los actores políticos en torno a esos falsos dilemas y la simulación de soluciones.

El polarizador tipo Trump o AMLO termina por disfrutar del efecto de su estrategia, la asimila como parte de sí mismo. Posiblemente compensen una gran cantidad de problemas y abusos de su temprana juventud porque la altanería es su actitud en la vida y a mayor poder se incrementa la patanería. Empiezan apuntando problemas, señalando culpables de manera abstracta; después continúan con grupos concretos para terminar señalando y linchando personas desde su posición de poder. Así, las afrentas y las valentonadas se vuelven una política y una dinámica personal.

No son otra cosa los desplantes de Andrés Manuel sobre la reforma educativa. Mandar unas respuestas a las ONG especialistas en educación para quedar bien con ellos e ir con la coordinadora de maestros a anunciar que cancelará la reforma educativa, es el mismo juego que ha hecho reiteradamente con el aeropuerto. De esa manera enfrenta a sus adversarios, sin que al parecer tengan opción de poner temas, y todos viven enclaustrados en los temas que él pone y controla. Hay que admitir que Andrés Manuel es un gran polarizador.

Quizá uno de los grandes retos que enfrentan Ricardo Anaya y José Antonio Meade es que son personas racionales, más bien frías y técnicas que prefieren analizar y buscar soluciones que la algarabía de la plaza a la que hasta hace poco eran ajenos. De esta manera, enfrentan al polarizador desde una posición poco favorecedora, siempre a la defensiva y dan números y explicaciones que son contestadas con arengas por su adversario.

Otro sujeto polarizador –menos peligroso por sus nula capacidad de triunfo, pero más truculento- es El Bronco. Sus maneras rudas, espontáneas, su lenguaje llano y su tono franco le ayudan a expresar barbaridades que suenan a chistoretes. Para la comentocracia es un tipo rudimentario, pero ya hemos visto que el impacto de sus palabras va muchos allá de lo que se piensa. Como era de esperarse al disparate de “mocharle las manos” a los que roben ya le siguió la de “dar azotes” a los delincuentes y secuestradores. Si bien no es el mismo tipo de polarización de Andrés Manuel, el origen del discurso radical es muy similar: el manejo de emociones y la confrontación con distintos grupos.

Lo cierto es que la polarización, como la propaganda negativa, funciona en campañas.

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