La realidad está provocando constantemente la rabia presidencial.
Hay signos claros de descontrol en el gobierno. Con su conocida piel delgada, el presidente reacciona con furia ante las contrariedades que se le presentan. Da lo mismo que sea la hipótesis de un reportero sobre un funcionario público, que una decisión de la Corte o la declaración de congresistas estadounidenses, su reacción es violenta. Parece perder el control a la menor provocación.
La Suprema Corte tomó una decisión clave la semana pasada, al rechazar el proyecto energético del gobierno llamado “ley Nahle”, en referencia a la nefasta titular del ramo. Es, sin duda, un duro revés al proyecto del presidente.
La Corte, que hace unas semanas fue cuestionada por una supuesta dependencia del Ejecutivo por una consulta, ahora le da un duro golpe al plan energético de López Obrador. El presidente reaccionó con rabia ante la decisión judicial y anunció que entonces cambiaría la Constitución. Sus caprichos no tienen límite. Si no se hace lo que quiere, porque la ley lo impide, entonces cambiará la ley. Hace tiempo que ese estilo autoritario no se paseaba por Palacio Nacional.
La crítica a la SCJN ha sido sobre su falta de independencia ante las amenazas del Ejecutivo. La resolución de la semana pasada borra esa crítica. El problema es que gastaron mucho capital en la solución que dieron a la solicitud de la consulta sobre los expresidentes. Cada quien sabe en qué gasta su pólvora. Y López Obrador decidió poner a la Corte en la plaza pública con un planteamiento demagógico.
La Suprema decidió no llevarle la contra al presidente, pero no cumplir a cabalidad lo que le solicitó. El resultado fue un desbarajuste que nada más dejó mal a los ministros y provocó el enojo del habitante de Palacio, porque no quedó la cosa como él quería.
No creo que López Obrador esté muy contento con la Corte. El garrotazo de la semana pasada –que ha sido poco valorado por la crítica, y que la misma institución no ha sabido o querido vender adecuadamente–, nos muestra una clara independencia del Ejecutivo y marca que las decisiones relevantes de política pública encuentran en la SCJN un lugar de ponderación e independencia.
La realidad está provocando constantemente la rabia presidencial. Un reportero mencionó que había un funcionario de segundo nivel que tomaba algunas decisiones y que llevaba varios años trabajando en su puesto. El presidente montó en cólera, señaló al trabajador con su dedo flamígero y fue cesado fulminantemente. ¡Qué valiente es el presidente! ¡Qué gran purificador tenemos al frente del país! Le quitó el empleo a una persona cuyo delito fue trabajar sin importarle el partido que ganó las elecciones. Si trabajó con Peña y con Calderón, no puede trabajar en el gobierno transformador.
López Obrador cree que el gobierno es de su propiedad, que es su negocio particular. Es absurdo que un hombre de esa edad le pida a los demás no tener pasado. Hace unas semanas corrieron a funcionarios de una dependencia porque simpatizaban con el PAN. Es claro que en este gobierno autoritario no se puede pensar diferente, ni siquiera tener otra opción política. La lealtad al líder será premiada con empleo.
Lo que llama la atención es que el presidente reaccione con rabia ante un desconocido funcionario y se rodeé de corruptos e incompetentes que estuvieron en otros gobiernos.
Hay ya poco control en el temperamento presidencial. No ha cumplido los dos años de ejercicio y ya cede a la cólera frente a la adversidad. El presidente se ha dado cuenta que no tiene el control sobre todas las cosas y como niño berrinchudo reacciona con rabia, ya sea ante las decisiones de la Corte o ante un hombre que estaba atrás de un escritorio trabajando. No es para sentirse tranquilos.
Te puede interesar: Los nubarrones sobre AMLO
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com