La nefasta líder sindical se pavoneaba como en sus mejores días.
La imagen causó indignación. Elba Esther se presentaba libre ante todos. Arreglada, peinada y con ropa impecable, anunciaba su regreso señalando traiciones, engaños y derrotas gubernamentales. La nefasta líder sindical se pavoneaba como en sus mejores días. No solamente había ganado su libertad, sino que proyectaba ser parte del triunfo sobre quienes la encarcelaron. Los reclamos se desataron: la ineficacia del gobierno, la impunidad nuevamente, la afrenta pública de los personajes detestables.
Cínica, desvergonzada hasta el punto de sentirse líder social, la señora Gordillo se ufana de sus millones, se dice a sí misma guerrera –aunque a ella los demás la llaman ratera–; amenaza con demandar a periodistas y es parte, ahora, de ese México charro que está de vuelta de la mano de la cuarta transformación. En estos días comparte papel estelar con el regreso de Napoleón Gómez Urrutia. Amnistiados, perdonados e impulsados por el propio sistema corrupto que los encumbró y los persiguió, se aprestan ahora a dar la mano a sus viejos amigos de hace tres o cuatro sexenios.
Por supuesto, hay que decir que la señora salió libre, porque no le pudieron probar a plenitud las acusaciones. Es inocente ante la ley. Aunque también hay que decir que la incapacidad de la autoridad para probar sus acusaciones, no significa que a los ojos de la sociedad la señora sea inocente. Sus millones, su descaro, no se le olvidan a la gente con facilidad. Por más impopular que sea este gobierno, ella no será vista como perseguida, sino como una mujer impune y descarada. Es muy probable que la señora Gordillo no entienda que el voto de julio fue también contra ella, pues abarca a los corruptos y a sus cómplices que les dan la impunidad por la vía de la ineficacia.
La PGR es una institución que está hundida en todos los sentidos. No sale de lo de Gordillo y ya tiene que retirar acusaciones a Javier Duarte. Es el colmo. La indignación es justa porque proyecta al sistema contra el que votaron los mexicanos en las elecciones del pasado julio. Puedo decir que ni siquiera los que votaron por el PRI lo han de haber hecho pensando en la libertad de Elba y de Duarte. Pero más allá de la voluntad encubridora que aletea en la mente colectiva, está el problema de la pavorosa ineficiencia de la PGR. Es un problema mayor con el que se topará el gobierno entrante, y no es cualquier cosa. Es un problema mayor que el de la decisión del aeropuerto, y no se soluciona ni con cuarenta consultas. Es el Ministerio Público que heredará la siguiente administración. Con ese personal tendrá que hacer sus acusaciones. No importa que la persona que pongan al frente sea muy proba y decente, la institución está podrida, tiene cero credibilidad, no genera respeto y mucho menos temor. Es muy probable que el personal que trabaja ahí se encuentre desmoralizado y no parece haber muchas opciones de salida. Ahí quizá debieran empezar por cambiarle el nombre de una vez.
La liberación de Gordillo y la debilidad ante Javier Duarte son una clara muestra de la putrefacción del sistema de justicia que los mexicanos esperan que cambie con el nuevo gobierno. Esto es parte de los retos mayúsculos de ser gobierno. La urgencia nos ha llevado a la seguridad y se ha dejado de lado la procuración de la justicia, que suelta a quien roba centenares de millones y encarcela al que se robó unos paquetes de chocorroles.
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