El poder más fuerte que tiene nuestro presidente ante el pueblo de México es su boca.
Lo único que ha funcionado sin parar desde el primero de diciembre es la boca del presidente. El presidente habla todos los días, al principio con mucho éxito; pero cada vez más con resultados inciertos. Es imposible que a alguien que habla dos horas diarias sobre todo tipo de temas no se le escapen tonterías o barbaridades. Si se es presidente el asunto se agrava, pues cualquier salida de tono puede tener múltiples significados. Al presidente le gusta que hable su boca, cree en el poder de las palabras que salen de ella, ya sea para guiar, inducir o culpar. Se regocija en su palabrería. Las conferencias de prensa son al mismo tiempo informe de actividades que junta de gabinete en la que se dan instrucciones y se señalan acciones a realizar; son también, lo hemos dicho, tribunal y patíbulo en que son juzgados y sentenciados los culpables de las traiciones al pueblo. Pero mientras esa boca habla, pasan cosas.
Algunas de las cosas que pasan son resultado directo de los dichos presidenciales. Su lamentable ejemplo de calificar a las personas de escasos recursos económicos como mascotas a las que hay que darles el alimento porque ellas solitas no pueden, que son como “animalitos”, pero que también tienen sentimientos, revela lo que piensa el presidente de la política social: domesticar a la gente, convertirlas en mascotas, en “animalitos” agradecidos que van a comer donde uno les dice. Las equivocaciones de los hombres públicos muchas veces revelan lo que piensan y lo que son.
Mientras la boca habla, los hechos descalifican al equipo presidencial. No otra cosa se puede ver en el tema del canciller, Marcelo Ebrard, y los duros reveses que ha sufrido, que son una verdadera majadería y que recuerdan cuando Claudia Ruiz Massieu fue hecha a un lado como canciller cuando Videgaray decidió invitar a Trump y la canciller, las embajadas, la Cancillería misma quedaron en un ridículo, señalado por todos. Bueno, pues estamos de nuevo ante lo mismo. Según la información difundida para la reunión del presidente con el yerno de Trump en casa de Bernardo Gómez, el último en enterarse e incluso en ser invitado fue el jefe de la diplomacia mexicana y eso lo supieron más de dos y se encargaron de difundirlo. A la semana siguiente la cosa se agravó. Mientras llovían los insultos para fifís, conservadores y demás gente que repele la boca presidencial, se filtró una carta firmada por el presidente al rey de España en la que le solicita disculpas por lo sucedido en la Conquista. Quedó claro que la boca habla, pero también firma y manda cartas. La sorpresa fue mayúscula para todos, pero según los informes también fue sorpresiva ¡para el canciller mexicano! Los rumores sobre la filtración se desataron entre los que querían culpar a otros y los que no querían verse envueltos en la ocurrencia. Fue entonces cuando se tuvo que precisar que no solamente se le mandó al rey de España sino también al papa, a quien se le pedía también realizar disculpas a la nación mexicana. O sea, peor. En los ires y venires del escándalo desatado, las defensas y las descalificaciones, el rumor más extendido es de que todo lo de las cartas fue obra de la señora Beatriz.
Ni más ni menos, una escaramuza con España y otra con el Vaticano de las que no sabía el canciller –con la señora como telón de fondo serruchándole el piso– y una cena con el poderoso yerno del orate del norte, a la que fue invitado de último momento. No han sido buenas semanas para el titular de la diplomacia mexicana. Lo peor es que es de los pocos que se pensaba que podía hacer bien su trabajo y que nadie se metería con él. Ni hablar, son cosas que pasan mientras la boca habla.
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