Es claro que no todo lo que se promete en campaña se cumple…
Es claro que no todo lo que se promete en campaña se cumple. Es más, lo prometido en ese periodo tiende a desvanecerse con rapidez. Quizá hablar sobre las promesas de AMLO durará un poco más porque la transición es tan larga como absurda. Algunos vemos con agrado que no se cumplan esas promesas, y quizás a sus seguidores les da igual que las cumpla o no, siempre y cuando se mantenga prometiéndoles otra cosa y hablándoles todos los días.
Creo que está tomando algunas decisiones demagógicas, pero tampoco me parece que cuesten mucho y tiene que ver más con el estilo personal que con el populismo puro que le sale también de manera natural. Hay cosas en las que sí le creo que pondrá el ejemplo como en la austeridad y el combate a la corrupción. Uno de los beneficios del mandato absoluto que le dieron los mexicanos es que no batallará con el Legislativo en absolutamente nada. Ese poder no tiene controles, es dispendioso, corrupto y quizá encuentra su más reciente y grotesca versión en Layda Sansores, fanática de AMLO.
En el momento en que sea presidente, López Obrador contará con la autoridad legal y legítima de pedirles a diputados y senadores ponerse en orden y a la par con los esfuerzos que hacen los ciudadanos y que –dice él– hará el gobierno federal. Diputados y senadores se despachan con la cuchara grande en abusos que se han tornado privilegios establecidos para quienes pertenecen a ese poder. Una de las maneras de control del Ejecutivo sobre el Legislativo era el regalo de dinero a los legisladores, no sólo en bonos y compensaciones sino en tajadas del Presupuesto para trámites, los conocidos ‘moches’, que terminaron por ser una de las expresiones más evidentes de la decadencia del PAN. En ese poder todo se mueve con dinero. Sacar una ley tiene dinero de por medio, frenar una ley tiene dinero de por medio, un voto a favor, uno en contra tienen su precio, hasta las ausencias tienen valor económico (por supuesto que todas las generalizaciones son injustas, pero las excepciones también confirman la regla en este caso).
La cultura del abuso y el privilegio está muy arraigada en nuestra clase política. La distancia entre los partidos y la ciudadanía se refleja claramente en el bajísimo concepto en que los ciudadanos tienen a los diputados. Ser parte del Poder Legislativo puede ser lo más parecido a sacarse la lotería sin necesidad de comprar cachitos. Se gana buen sueldo y se puede hacer millonario en menos de tres años. Además, le dan coche, teléfono, boletos de avión, celulares, dispone de choferes, no paga ni su café ni sus galletas ni sus refrescos, nada. Tiene restaurantes en su centro de trabajo y hasta peluquería. Lo mejor es que sólo trabajan unos cuantos. Así que hay vacaciones prácticamente todo el año. Se pagan pocos impuestos o casi nada y hay la oportunidad de hacer espectáculos de todo tipo que salen en la televisión, ya sea dormir, ver porno, jugar solitario o insultar a la gente del gobierno y a los miembros de otras bancadas. Se pueden contratar familiares, amantes, compadres y amigos de toda la vida. Ahí se generan asociaciones con constructoras y otro tipo de proveedores, así que con suerte puede uno salir siendo socio de un negocio del que jamás tuvo idea.
Si López Obrador –con sus gigantescas bancadas– logra meter en la austeridad y la rendición de cuentas a ese poder, será un notable avance en nuestra vida pública. Durante décadas, el Legislativo se ha mantenido a la zaga del esfuerzo nacional. Es hora de que se paguen sus cosas, que desquiten su sueldo y de que rindan cuentas. No hay necesidad de esperar más escándalos. Hay que saludar por eso, sin dejar de criticar en lo demás, la intención del candidato ganador de acabar con los abusos de nuestra clase política.
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