Parte del adelgazamiento de la burocracia en este sexenio se debe a la expulsión de personas capacitadas y calificadas para desempeñar puestos con responsabilidades públicas.
Desde el periodo de transición llamaron la atención los dichos de López Obrador en contra del conocimiento y la especialización. Ya en el gobierno, los dichos se transformaron en acciones y se emprendió toda una campaña de mensajes y despidos laborales en contra de quienes ostentaban algún grado de especialización o argumentaban cierta pericia de conocimiento técnico en algún campo de las políticas públicas. Sorprendentes fueron sus embates contra los científicos de diversos centros de investigación, a quienes incluso obligó a que le mandaran un memo cuando tuviesen que salir al extranjero. El presidente en persona autorizaría los viajes de los científicos. No sabemos si el presidente sigue al frente de esas autorizaciones o si ya se desempeña como primer mandatario.
Parte del adelgazamiento de la burocracia en este sexenio se debe a la expulsión de personas capacitadas y calificadas para desempeñar puestos con responsabilidades públicas. Pero para el presidente, saber de más –que dados los conocimientos mostrados hasta el momento en diversas áreas no es muy difícil– o ganar más de lo que él considera adecuado, caen en conductas delictivas. Así que decidió a tachar de corruptos inservibles a un amplio grupo de personas que se dedicaban a las tareas públicas hasta que los corrieron de manera infame. El resultado de suplir el conocimiento con la lealtad ideológica está a la vista. El país atraviesa por un desastre, mientras López Obrador toca el arpa de la purificación nacional.
Es oportuno mencionar el caso del doctor Miguel Ángel Celis, quien fuera titular del Instituto Nacional de Neurología, y que ha sido cesado por órdenes presidenciales –aunque lo traten de justificar de otra manera. Al presidente le parece que los doctores esconden, venden y se roban las medicinas que deben entregar a los pacientes. Le parece que son sujetos de escasa moral y de falsos conocimientos. Para él, los doctores que ostentan algún cargo público son corruptos, sino lo fueran no tendrían ese cargo, serían simplemente doctores. Al doctor Celis, un especialista en neurología con amplio reconocimiento, el presidente de la República lo tachó de corrupto y dijo que su salida obedecía a la limpia que se está haciendo: “Vamos a seguir llevando a cabo los cambios porque tenemos que limpiar de corrupción al gobierno por completo, y no permitir que siga imperando la corrupción” (El Universal 22/02/20). ¿Se puede ser muy preparado y un gran corrupto a la vez? Por supuesto, sobran casos. Pero el presidente no ha probado nada del doctor Celis. Incluso el subsecretario Gatell dijo que el despido obedecía a la falta de capacidad gerencial del doctor, no a capacidades técnicas o alguna otra cuestión. Al parecer el presidente no opina lo mismo que su subsecretario, pues cuando se le mencionó a López Obrador que Celis era “una eminencia”, contestó: “¿Quién sabe eminencia para qué?, porque eso también decían de los tecnócratas, y miren cómo dejaron al país, decían que eran eminencias, para el beneficio personal”. Se entiende que a quien le costó catorce años acabar una carrera con resultados bastante mediocres, vea con recelo a quien en un lapso menor obtuvo conocimientos amplísimos en determinada materia. Además, viendo los desfiguros del presidente, sus arranques y desplantes en más de un año de gobierno, se entiende que vea como una severa amenaza a quien conoce el funcionamiento y las enfermedades del cerebro.
No sabemos cuáles serán las nuevas “eminencias”, las que le gustan al presidente. Quizá es Rocío Nahle, que no pudo redactar un breve tuit sin faltas de ortografía –no pudo escribir bien “Francisco”– ni datos falsos. O quizá la senadora por Veracruz de Morena que fue detenida en posesión de cocaína con uno de sus asesores. Quizá esas son las nuevas “eminencias” que recomendará la Cartilla Moral.
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