El día de ayer se dio en el Senado un espectáculo que no por vergonzoso resulta menos delicado. Senadores del Frente, o sea del PRD y uno de sus partidos satélites, el PAN, intentaron destituir al presidente del Senado porque no apoya a su candidato, Ricardo Anaya. Lo sucedido, @carlesmonroy lo sintetizó de manera precisa en un tuit:
“Lo que sucede en el Senado es de risa loca: El PAN quiere destituir al presidente del Senado que es panista, pero que llegó gracias al apoyo del PRI por pedir que se investigue al candidato de su partido; y el PRD apoya al PAN porque su candidato es panista”.
Se trató de callar y de reprender al senador Ernesto Cordero por decir lo que muchos pensamos sobre Ricardo Anaya: que está metido en un lío de manejos sucios de dinero y que se ha convertido, a los 39 años, en un hombre millonario cuando nada más ha trabajado en el PAN. A muchos de sus escuderos, mejor dicho, a sus escuderos porque tampoco es que tenga muchos, les parece poca cosa y quizá lo sea comparado con las corruptelas de los gobernantes priistas, pero viniendo de un tipo que se siente un dechado de honestidad y virtudes, lo mínimo que se le debe exigir es la explicación de su fortuna. A muchos senadores del Frente esto les pareció inadmisible y la emprendieron contra Cordero. Por supuesto, los más virulentos fueron sus compañeros de partido –la verdad es que ya no son compañeros, pero él sigue ahí y ellos no lo expulsan–. Intervenciones penosas como la de la señora Adriana Dávila, una mujer particularmente cretina, son muestra del torcido ambiente que ya viven en todos los ámbitos de ese partido. Se quejan del uso de las instituciones por el caso de la PGR, pero son capaces de utilizar el Senado para destituir a su presidente. Es el problema de los partidos: son lo que critican.
Así están las cosas. La semana pasada el PRI levantó la polvareda contra Ricardo Anaya por el supuesto lavado de dinero. La PGR, de manera vergonzosa, decidió participar como si fuera parte de la campaña y publicó un video que no dice absolutamente nada, pues ni incriminaba a Anaya ni tenía ningún fondo, por lo que solamente evidenció una participación burda de esa institución en el desprestigio del candidato frentista. Anaya dobló su apuesta diciendo que va a meter a Peña a la cárcel. De esa manera el candidato frentista pretende ser más antisistema que López Obrador, que anda ya en su conocida faceta de “amor y paz; Dios es amor, y dejad que los opositores se acerquen a mí”. Está difícil que Anaya le gane como anti-PRI a López Obrador, pero es su apuesta.
Es una clara señal de que las campañas han comenzado y que lo peor está por venir. Lo bueno de esto es lo malo que se está poniendo, dice la vieja sentencia. Y es que las acusaciones van y vienen y no parece que vayan a parar. Y claro, son elecciones presidenciales, esto no tiene por qué ser un paseo por el bosque. No es poco lo que se juega.
Más allá de lo que digan los formalismos, el proceso electoral está alcanzando alta temperatura, y las campañas son también el intercambio de acusaciones, y los señalamientos no sólo son entre los candidatos y partidos, también entre la ciudadanía se van tomando posiciones, las preferencias de cada uno. Estamos entrando a zona caliente. Parece inevitable.
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com