Las contradicciones de López-Gatell son múltiples, su apuesta que la presencia diaria sobre el tema que interesa a todos sature más que cualquier pifia cometida en el camino, pero las pifias en su trabajo se cuentan como muertos.
La irrupción del doctor López-Gatell en la vida nacional sin duda marcará al gobierno de López Obrador. Es quizá el único personaje de la galería política que ha compartido tantas veces el escenario con el presidente, que cuenta con su apoyo y que le compite en popularidad.
Hace un par de días Enrique Quintana publicó un texto llamado “Los dichos de los López” (El Financiero 01/06/20), en el que recordaba dichos reveladores y hasta sorprendentes declaraciones de esta pareja que ha resultado cómicamente trágica para el país. La soberbia de uno y la vanidad del otro nos han llevado a una situación en la que lo único que priva es la anarquía precedida de alguna serie de agresiones verbales.
En abril de este año mencionaba en un artículo (Superchairo 27/04/20) que había que prepararse para la omnipresencia del doctor Gatell, toda vez que se estaba convirtiendo en el Juan Camaney de la cuatroté y ya hasta se sentía galán. El tema ha superado por mucho cualquier expectativa y el doctor López-Gatell es ya materia de preocupación nacional por sus dislates, su falta de orden y su enorme capacidad para la verborrea. El día de antier Carlos Puig (Milenio 02/06/20) decía que López-Gatell era víctima de su propio éxito y que él puso la fecha del 1 de junio para terminar el encierro y, para su desgracia, la gente le hizo caso y la gente se ha lanzado a la calle haciendo caso de las palabras del subsecretario.
Los errores de comunicación del doctor Gatell son muchos. Es claro que no contaban con una estrategia en ese sentido. Sus contradicciones son múltiples y su apuesta ha sido que la presencia diaria sobre el tema que interesa a todos sature más que cualquier pifia cometida en el camino. Con el problema de que las pifias en el trabajo del subsecretario se cuentan como muertos. Un día anuncia la coordinación federal de los semáforos de salida y después dice prácticamente que cada estado haga lo que quiera.
Cualquiera que revise –una vez pasada la emergencia– el surgimiento de López-Gatell como estrella mediática de la cuarta transformación, se sorprenderá. Su perfil es más bien fifí, aunque le han querido poner un aurea revolucionaria como si hubiese combatido en las revoluciones y hubiera derrotado a Somoza. Francamente ridículo, pero eso fue de la mano del anuncio de que era divorciado y entonces se convirtió en un sex-symbol, de risa loca. Por supuesto que, al lado de Noroña, Salgado Macedonio, Martí, Mario Delgado, López-Gatell es una suerte de Adonis y esto le permitió ser una figura como la de Angélica María, que era la novia de México, y Hugo se convirtió en el chambelán de México. Ese cambio, esa mutación no deja de ser interesante. Nos presentaron en febrero a un doctor, a un técnico que coordinaría una estrategia contra la pandemia que azotaba al mundo. Descubrió los medios y sintió bonito, su vanidad creció geométricamente, se sintió “el hombre” al frente del país –de alguna manera lo es– y se “soltó el chongo”. Para algunos que sospechan que López-Gatell sufrió de bullying en la infancia y adolescencia, que le quitaban la torta en el recreo y lo zapeaban, el epidemiólogo lleva a cabo ahora una especie de reedición mexicana de “la venganza de los nerds” y nos encerró a todos para que lo escucháramos, lo viéramos y habláramos de él. Y en esas estamos, pendientes de las andanzas del doctor López-Gatell.
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