Patricia Armendáriz es una muestra de la desesperación de algunas personas por aparecer en la conversación pública a como dé lugar y del desequilibrio, la frivolidad y la estulticia.
Las élites del dinero, en todos lados, tienen diversas manifestaciones. Hay ricos que prefieren la discreción y viven de manera frugal y gustan de estar fuera del alcance de los medios. Este perfil corresponde a gente de trabajo que sabe que la fama tiene sus costos y sabe también que siempre hay alguien de su gremio dispuesto a los reflectores y se ahorra así los vaivenes del estrellato.
La élite política aspira en muchas ocasiones a figurar socialmente, a ser admitida en los altos círculos sociales, por eso apenas llega a las posiciones de poder se muda a colonias de postín, y hace todo por aparecer en las secciones sociales y así escalar en todos los sentidos. Y está también la élite empresarial que aspira al poder político que, como puede verse en el caso de Trump y en algunos otros países –también tenemos muestras a nivel nacional–, esta mezcla suele arrojar ejemplares particularmente estúpidos.
Esto viene a colación por el escándalo protagonizado por la empresaria Patricia Armendáriz, a raíz de la muerte de uno de sus trabajadores. La señora es conocida por participar en un programa de televisión en el que se apoyan proyectos de nuevos negocios y de pronto apareció como gran apoyadora del gobierno de López Obrador. Debo decir que esto me parece muy bien, pues creo firmemente que los empresarios deben y pueden apoyar a políticos y participar abiertamente en política sin esconder sus preferencias. Después se supo que el presidente la llevó en su comitiva a la Casa Blanca y que esos días tuvo un comportamiento muy desenfadado, como sintiéndose en su ambiente, y narraba en sus redes lo que pasaba en la cena con Trump y subía fotos. Poco tiempo después se estrenó como columnista de un periódico, donde emite sus opiniones –o las de alguien más– sobre temas de economía.
El domingo anunció en Twitter la muerte de un colaborador. Dejó en claro que el difunto pertenecía a lo más “bajo de la pirámide” y que todos en esa base tienen problemas de autoestima porque no se atreven a pedir ayuda aunque se estén muriendo. Describió a la base piramidal como “esa gente” y se decía muy triste. Le tundieron por la insensibilidad de sus comentarios. Ella se engalló y dijo que había “una red de conservadores que tienen localizados a quienes apoyamos a la 4T” y que apenas hay un error se lanzan a la agresión. Siguió tuiteando y hundiéndose en un espectáculo de autohumillación bastante grotesco. Manifestaba su tristeza y subrayaba que “la base de la pirámide” no era ningún insulto y que ella seguía tristísima por la muerte “en secreto” de su colaborador. Embargada por la tristeza no sólo habló de los conservadores, sino también de “carroña” y de “hienas” y de la ignorancia de quienes tienen la “costumbre de hablar con la muerte”. En fin, una lección de cómo ven las cosas los que están con la autoestima muy alta por moverse en la cúspide de la pirámide.
No es que la señora Armendáriz sea la gran cosa en el país ni tenga relevancia nacional, aunque esté en la parte de arriba de la pirámide. Pero sí es una instantánea de las élites de estos tiempos –cada época política tiene las suyas–. Es también una muestra de la desesperación de algunas personas por aparecer en la conversación pública a como dé lugar y del desequilibrio, la frivolidad y la estulticia de algunos de los personajes encaramados en el lopezobradorismo. Patricia Armendáriz es un fiel reflejo de estas épocas de esplendor de la cuatroté.
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