La transformación que no fue

No transformó nada. Se le fue en destruir, odiar, perseguir y delirar. Ese es el saldo de sus seis años de gobierno. Él lo sabe. Le queda la satisfacción de sus actos de venganza. Son actos chiquitos si se comparan con dirigir el país. Pero él es un hombre pequeño, se contenta con eso: con hacer rabiar a unos, hacer temblar a otros y poner apodos a los demás. Es lo que le llena, lo que le satisface. Para eso fue Presidente de la República 2018-2024.

El paquete de reformas de López Obrador es la confesión de su inacción, el reconocimiento de que no hizo lo que decía haber logrado. La prometida transformación fue una pieza más de su verborrea. De otra manera no se entiende el esfuerzo que solicita al Legislativo para cambiar la Constitución en áreas que van de las pensiones hasta el vapeo.

Si hubiese habido transformación, lo que seguiría sería, en palabras de Sheinbaum, “el segundo piso”. Pero no hay tal primer piso. Todo se quedó en lodo, en anuncios cuya vigencia se agota en unos meses. Cambió algunos niveles de la alta burocracia donde puso a leales –nada nuevo. Lo mismo de antes, pero más incompetentes–.

La transformación simplemente no llegó. Dijo que cambiaría el régimen, que todo iba a ser distinto. No cambiaron los partidos políticos, no cambió la clase empresarial, al contrario, se volvió más arrastrada que la que había antes, pero los ricos siguen siendo los mismos –incluso más ricos como ha declarado el presidente–. Quizá lo único novedoso en el ámbito empresarial ha sido la incursión de los hijos del presidente en ese sector. No cambiaron los intelectuales, encumbró a unos moneros que se han ido desdibujando junto con él. No le dio para cambiar a los medios de comunicación. Utilizó como propaganda barata a los medios públicos y terminó por arreglarse con los tradicionales con las ya conocidas amenazas, amagos y arreglijos para tener noticias complacientes. No cambiaron los actores políticos. En sus cercanías se dedicó a reciclar cualquier basura que le llegara de otro lado. Sacó del manual del priista el estilo autoritario y lo ejercerá hasta el último día. Puso de moda el personalismo, el tributo a la persona poderosa, el lacayismo como manera de hacer política. El desorden en que se mueve el presidente, su falta de prioridades en política pública salta a la vista cuando pone en la misma canasta el fentanilo y los vapeadores.

Las reformas propuestas por el presidente son sus deseos, el país de fantasía que sueña. Pero más allá de eso, de que no van a prosperar en el Legislativo, lo que quiere dejar en claro es lo que tiene que hacer Claudia Sheinbaum. Su propuesta es un diseño de gobierno para su sucesora, es su manual de campaña. Es una vuelta más al nudo que ata a Claudia con su jefe.

Toca a la oposición darle relevancia o no a estos nuevos disparates del presidente. Por supuesto merecen comentarios de quienes tendrán que discutir y votar, pero de ahí a que se vuelvan el eje de la discusión pública durante las elecciones y que sean el tema central, es algo que no deben permitir. Por lo pronto ya podemos decir que el presidente nada más transformó su departamento.

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