Hay que aceptar que López Obrador no necesita de sus opositores para casi nada y que eso ha trastocado la vida política que estábamos acostumbrados a ver en las últimas décadas, en las que la negociación política era la norma por la que pasaban muchas decisiones y nombramientos.
Con cierta razón han caído críticas sobre el residente y sus nombramientos en la CRE. El uso de su facultad para nombrar a los comisionados después de rechazos del Legislativo es simple y sencillamente una trampa y una burla a la oposición. Ciertamente no es que la oposición a López Obrador sea notable ni numerosa, pero es lo que hay y sí representan un sector de la población que merece respeto y ser tomado en cuenta, así sus representantes sean una nulidad. La mofa de mandar a los mismos simplemente cambiando el orden de los nombres y eliminando a uno de doce no es más que una muestra más del enorme desprecio que le merecen al presidente sus adversarios.
Sin embargo, hay que aceptar, y a veces se olvida, que López Obrador no necesita de sus opositores para casi nada y que eso ha trastocado la vida política que estábamos acostumbrados a ver en las últimas décadas, en las que la negociación política era la norma por la que pasaban muchas decisiones y nombramientos. Con toda seguridad, el modelo para los nombramientos, por ejemplo, de candidatos a participar en los órganos autónomos, tenía como fin involucrar a la oposición a participar de las decisiones de gobierno y no que fueran simples espectadores de una realidad partidista. El diseño institucional requería de la participación de todos porque en democracia todos aspiran a gobernar y pueden colaborar, desde antes de llegar, en el diseño de las herramientas institucionales con las que se habría de gobernar tarde que temprano.
No hay que olvidar que Morena no participaba en este tipo de negociaciones. Su radicalismo se lo impedía. Sin embargo, varios de los líderes de Morena, cuando estuvieron en el PRI o en el PRD, participaron activamente de las decisiones en común que tomaban varias fuerzas políticas, por lo que no les es ajeno ni el proceso ni el resultado ni el fin de ese tipo de esos procesos de decisión. Pero si uno de los objetivos era lograr la participación de las oposiciones, hemos topado con pared. Quizá porque en los años en que se diseñaron este tipo de herramientas se pensó que siempre existiría un equilibrio democrático entre las diversas fuerzas, que la posibilidad de una mayoría era algo remoto y que los presidentes aquí y en cualquier democracia estarían permanentemente acotados en el Legislativo. Las mayorías con sus desplantes autoritarios quedaban para siempre en las dictaduras.
Pero vino julio de 2018 en México y hubo quien arrasó y se llevó todo. Los votantes dejaron unas sobras para los opositores que sirven para no tener la posibilidad de hacer reformas constitucionales, por lo demás es la aplanadora total. A la oposición y a quienes observamos lo que pasa en nuestra vida pública nos quedó claro que el presidente no tiene incentivo alguno para negociar nada y que es lo que él dice, por vía de la votación o porque le toca decidir, pero será su voluntad la ganadora.
Y es que la suerte y las maneras del autoritario, el demócrata las desea. Creo que no hay presidente que no hubiera deseado fervientemente tener una mayoría suya durante su periodo de gobierno. El enorme desgaste de convencer a los otros, de ceder, de negociar con ellos, de atarse de manos en esto, de cerrar la boca en aquello, el control sobre la figura presidencial, la obligación de cogobernar. Eso quedó atrás, para disfrute del presidente, para ofuscación de los opositores y para freno de nuestra joven democracia.
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