La presidenta que domó al presidente

Sentada, sin moverse de su lugar, la presidenta de la SCJN aplaudió la formalidad requerida del gran evento de aniversario constitucional. Las palmas de cortesía para saludar nada más, no como se usa en esos eventos para quedar bien con el poderoso presidente. “Ya sé que no aplauden”, fue la frase que soltó Peña Nieto cuando terminó un discurso. López Obrador, siempre proclive a las frases bobaliconas, pero agresivas, pudo haber pensado en ese momento “¿y esa por qué no se pone de pie y no aplaude?, ¿no ve quién soy?”, mientras a su lado el general, el almirante y el secretario le aplauden de manera entusiasta. Sus empleados, fervientes aplaudidores.

Norma Piña era una extraña en esa mesa. No solamente por ser mujer –y la primera en presidir la Corte–, sino porque no se paró; dio aplausos de corrección y le dijo algunas verdades al déspota tabasqueño. No es algo que suceda a menudo en estos tiempos de pesadilla que son los de la cuatroté. La sorpresa con la actitud íntegra de la presidenta Piña fue noticia por todos lados. Un par de gestos dignos de la flamante presidenta bastó para darle un perfil completamente distinto al que tuvo su antecesor. Fue tal el efecto de la imagen que incluso el presidente reconoció ese gesto de independencia en una de sus conferencias mañaneras: “Eso no se veía antes, los ministros de la Corte eran empleados del presidente. Desde el porfiriato se hablaba de la división de poderes, pero en realidad el poder de los poderes era el Ejecutivo. ¿Cuándo se había visto de que se quedara sentado el presidente de la Corte en un acto así? Eso me llena de orgullo”. La verdad es que quien seguramente está llena de orgullo es la ministra Piña, que le ha dado, con su arribo, brillo, decoro y dignidad a un puesto en el que no se cansaban de estar de pie y cuyas manos sangraban de tanto aplaudir. Ya no más.

Claro, antes del reconocimiento del presidente se desató una campaña gubernamental en contra de la ministra Piña. Que si había faltado al protocolo, que si la grosería, que si el respeto entre poderes. Una serie de argumentos que son un sinsentido tratándose de López Obrador, que se siente muy alivianado porque rompe protocolos y se mete a un elevador o no asiste a las reuniones internacionales o se tarda 20 minutos en dar una respuesta mientras los presidentes extranjeros permanecen de pie. Y pone a su gente a quejarse de faltas de educación. Ellos, que casi no se distinguen de los neandertales, reclamando comportamiento de etiqueta.

Capítulo aparte merece el tema de uno más de los arranques infantiles que regularmente protagoniza nuestro presidente, sólo que ahora quedó a cargo de algunos de sus empleados, que se dedicaron a cambiar de orden los asientos del presídium para que el presidente no quedara cerca de sus odiados enemigos. El tipo tiene 69 años, es presidente de un país y todavía hace sus pataletas de que no se quiere sentar en un evento público junto a fulano y zutana. Se entiende que a cualquiera le dé pereza sentarse junto a Creel, pero ni siquiera iban a platicar y Santiago es muy educado. Ah, pero el berrinche es parte de la actividad presidencial.

Finalmente, hay que agradecer a la presidenta Piña que haya domado al presidente en esta ocasión. Fue de tal tamaño su éxito que hasta el presidente entendió que ya no podía patalear. Es la presidenta educando al presidente. Tarea titánica, por cierto.

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