El uso de la fuerza no siempre es represión, en este caso hubiera significado salvarles la vida. El miedo paralizador de nuestras autoridades, no importa del partido que sean, a hacer uso de las fuerzas de seguridad para poner en orden a la población cuando ésta se desborda, ha hecho mucho daño.
Las tragedias no vienen solas. Siempre traen tristeza, dolor y desolación. Además, sean desastres naturales o no, traen aparejadas interrogantes sobre las capacidades gubernamentales, ya sea en materia de protección, planeación, construcción o un amplio abanico de fallas en terrenos propios de la prevención. La tragedia de Tlahuelilpan ha dejado su estela de muerte en una población que, como se pudo ver, hacía de la recolección ilegal de combustible un modo de vida, una actividad económica. Quizá es demasiado pronto para sacar lecciones concluyentes, pero podemos avanzar con algunos puntos concretos alrededor del drama vivido en Hidalgo.
Las culpas. Siempre hay una responsabilidad gubernamental en desgracias como esta. O por lo menos es lo que la gente cree y también lo que es más fácil para la oposición de hacer creer. La gente de Morena, el propio presidente López Obrador, durante años, se profesionalizaron en estigmatizar a los gobiernos por las tragedias, accidentales o deliberadas, que sucedían en el país. Ahora están del otro lado y ya debieron de comprender que no es tan sencillo ni tan simple lo que pasa. Es absurdo e irresponsable culpar al presidente de lo sucedido. Si él y su gente fueron mezquinos en la utilización política de las tragedias, eso no se paga con la misma moneda por elemental respeto a los heridos y fallecidos.
El uso de la fuerza no siempre es represión, en este caso hubiera significado salvarles la vida. El miedo paralizador de nuestras autoridades, no importa del partido que sean, a hacer uso de las fuerzas de seguridad para poner en orden a la población cuando ésta se desborda, ha hecho mucho daño. Por una parte, los cuerpos de seguridad carecen de respeto por parte de la ciudadanía, y por el otro, nadie les garantiza que al hacer uso de la fuerza no terminen ellos en la cárcel. Ha sido un círculo vicioso que ha terminado por paralizar a las fuerzas y envalentonar a quienes cometen un acto ilegal. El video de pobladores del lugar de la tragedia retando a los soldados a golpes, unas horas antes de la explosión, es una muestra de la difícil tarea que tenían los soldados. Eran pocos y fueron rebasados por los pobladores. El tema es, como bien resumen muchos: era mejor cien detenidos que 85 muertos. El bono que tiene AMLO para decidir con el triunfo que tuvo en las elecciones, también podría usarlo en que las fuerzas del orden puedan implantar precisamente eso: orden.
La miseria humana se asoma. Las tragedias también son esa zona en la que ciertas personas revelan su condición miserable. Lo mismo los que no se detienen en la dimensión de la tragedia y creen que los muertos eran delincuentes de tiempo completo, que quienes pretenden sacar raja política de la desgracia ajena. Es el caso del señor Epigmenio Ibarra, cuyas ideas políticas no tendrían ninguna importancia, si no fuera porque el gobierno federal le pagará por capacitar a decenas de miles de jóvenes. Ruin hasta la vileza, Ibarra sostiene que la tragedia hidalguense es parte de una embestida del “viejo régimen” en contra de López Obrador. Los calcinados, según la teoría del miserable de Epigmenio, fueron enviados por ‘la mafia del poder’ y un pueblo. Tlahuelilpan llora su desgracia, que para Ibarra es parte de un plan deslegitimador. Asusta la gente cercana al presidente López Obrador. Epigmenio Ibarra es un hombre podrido, al que su fanatismo y el dinero han convertido en una degradación humana, una bazofia. También de las personas nos enseñan las tragedias.
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