La persecución contra Xóchitl

No deja de sorprender la rabia con que el presidente López Obrador ha decidido emprender una persecución en contra de Xóchitl Gálvez. Hay que decirlo claramente: lo que hay en contra de Xóchitl es una persecución política a la vista de todos. Es difícil entender que un presidente se decida a perseguir a un candidato opositor, pero es algo que sucede muy a menudo. El problema es hasta dónde es capaz de llegar en esa persecución. En el caso que nos ocupa parece que López Obrador está dispuesto a todo, empezando por encabezar él mismo el acoso violento en contra de una mujer que quiere ser presidenta de México.

Ante la notoria debilidad de las corcholatas sometidas al silencio lacayuno al que han sido obligadas, López Obrador vio de pronto aparecer un enemigo potencial encarnado en la figura de Xóchitl. Los ataques han sido de lo más variado –algunos de ellos los he comentado en un par de artículos la semana pasada– que vale la pena repasar: le han escamoteado la condición de pobreza en que creció, sus raíces indígenas, el que haya alcanzado éxito como empresaria, el que sea libre, desfachatadamente libre en el ejercicio de su actividad política y que sea una mujer que ha roto el molde del discurso presidencial tan sólo con su presencia. Nada de esto tenían en el panorama. Porque, aunque hablen de mujeres en el gobierno de López Obrador, sabemos que el presidente es un misógino, es un machito de cuarta que no acepta ver que una mujer le compite y que le reta sus órdenes.

Menciono que sorprende porque si bien Xóchitl ha acaparado el espacio noticioso durante ya varias semanas –en muchos momentos gracias a los ataques del presidente, que van desde la abierta grosería hasta la violación del secreto fiscal–, no sabemos todavía cómo se ha reflejado esto en las encuestas tanto en el nivel de conocimiento como en preferencia electoral. Pero algo ve López Obrador –que también está viendo mucha gente del lado opositor– que ha considerado impedir la candidatura de Xóchitl como una de las prioridades de su presidencia y por lo tanto la ha convertido en el gran tema de conversación.

Para muchos se trata de un error estratégico del residente al hacer cada día más conocida a la hidalguense; para otros, es una muestra más de su autoritarismo y de que es capaz de repetir lo que se le intentó hacer con el desafuero, y para algunos más es una conducta lógica de quien se ha erigido en el gran cacique de la nación. A lo mejor es una mezcla de todo, con la adición de la conocida necedad del sujeto.

En efecto, la necedad del Ppresidente es una característica muy conocida que ha sido llevada incluso a niveles de virtud, pues solamente desde la terquedad se podía hacer campaña durante dos décadas hasta llegar a triunfar. Incluso lo celebraban con una canción de su cantautor favorito, Silvio Rodríguez, intitulada El necio. Muy bien y muy bonito todo, pero la necedad como gobernante es una de las características de las grandes desgracias gubernamentales. Varios de estos ejemplos vienen descritos en el conocido libro La marcha de la locura, de Bárbara Tuchman. López Obrador recuerda a Nixon y sus obsesiones con sus adversarios. Dice la autora: “Una vez más, carácter fue destino. Impulsado por las pasiones de Vietnam, el carácter de Nixon y el de los socios que él reclutó hundió a su gobierno en el deshonor que quitaría todo respeto al gobierno”. Esperemos que en el caso de López Obrador también carácter sea destino.

Por lo pronto, hay que salir en defensa de Xóchitl frente a la rabia presidencial. No solamente por lo grotesco, lo injusto y lo ilegal del ataque, sino por lo que representa: un presidente contra una ciudadana, el presidente con todo el poder del Estado y su cólera y una ciudadana con su fuerza, su historia personal, sus palabras y su integridad. Es con Xóchitl.

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