A los “líderes de la oposición”, AMLO los sabe chiquitos, sin liderazgo, ni siquiera en sus propias filas, sin ideas, ni siquiera anécdotas, han sido toda su vida escaladores, trepadores de la política.
Antes de empezar, hay que decirlo: sí era seguro y sí era popular.
Al tema. Es ya un lugar común en México decir que no hay oposición. Decirlo no es un descubrimiento de nadie, es el resultado de una votación abrumadora a favor del hoy presidente López Obrador, en la que la mayoría de los mexicanos decidieron darle todo al elegido: la Presidencia, las mayorías en el Legislativo, un bono enorme a su partido y aniquilar electoral y políticamente a la oposición hasta entonces existente. Lo peor del asunto es que ya pasó año y medio de aquella elección y la oposición sigue en el hoyo y sin atinar a situarse frente al presidente, que los sigue fustigando todos los días para que no puedan levantar al a cabeza.
Por supuesto que por la oposición (el PAN y el PRI, porque es claro que el PRD no existe) hablan sus propios dirigentes: individuos irreconocibles por la gente, de personalidad escasa, de discurso extraviado y con la cabeza gacha por las culpas que cargan personal e institucionalmente. López Obrador los sabe chiquitos, sin liderazgo, ni siquiera en sus propias filas, sin ideas, ni siquiera anécdotas, han sido toda su vida escaladores, trepadores de la política. ¿Para qué los va a invitar a dialogar? Nada más se va a deprimir, y para eso ya tiene a varios de sus colaboradores.
La oposición no solamente le hace falta a la ciudadanía, sino que también le ha hecho falta al presidente. En efecto, el presidente no tiene con quién debatir, con quién contrastar; no tiene quién lo obligue a la reflexión, a ver los costos de esto o de aquello, no tiene con quién negociar porque no tiene necesidad. Eso ha redundado en un gobierno que se ve el ombligo, un presidente que se habla a sí mismo y que nada más escucha su eco. Los resultados están a la vista.
Por su lado, la oposición no tiene quien la escuche. Sus palabras se pierden en anuncios sin sentido que nada más recuerdan a la población por qué los mandaron al sótano de la política. Los ciudadanos se agrupan a sí mismos en las redes como opositores a la espera, algún día llegará, de quien los encabece. Por lo pronto los partidos opositores solamente provocan vergüenza y coraje.
Una de las señales más ignominiosas del patético papel de la oposición en estos tiempos corrió a cargo del gobernador de Chihuahua, el panista Javier Corral. Antes, Corral era un hombre echado para adelante, un tipo que se regodeaba en señalar culpas y debilidades a diestra y siniestra. No dudaba en atacar con saña a sus compañeros, sobre todo si eran más exitosos que él –como los presidentes–; dinamitaba a los suyos y arrojaba lodo a los de enfrente con sus desplantes de macho de cantina combinado con lenguaje trasnochado y su porte de “dandy” decadente. Ahora, subyugado por el golf, abotagado por el poder y sabedor de su fracaso como gobernante, Corral protagonizó una de las imágenes más lacayunas y nauseabundas de un político: se puso a hornearle panecillos al presidente. Ante el poderoso, Corral no tiene el valor de que presumía, la dignidad de la que alardeaba; ahora hornea panecitos para obtener la mirada y gesto bondadoso del líder populista. Un acabado retrato de lo que es y en lo que anda la oposición en nuestro país.
Para terminar, hay que decirlo de nuevo: sí era seguro y sí era popular.
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