Hay que tener claro que será muy difícil que el ganador de las elecciones y su equipo cercano de campaña cambien su lenguaje.
Quizá la única ventaja de una transición tan larga entre la salida de Peña Nieto y la llegada de López Obrador sea que podemos conocer y evaluar a quienes se disponen a gobernarnos. Más allá de los perfiles técnicos o políticos, podemos analizar los perfiles públicos de cada quien, su personalidad y cómo se desempeñan en la vida pública. Es en este momento donde veremos las personalidades: quienes quieren destacar, quienes tienen inclinación por roles protagónicos, los que prefieren la discreción o los que marcadamente desean que se hable de ell@s, los que tienen perfil mediático, los que no saben expresarse, los que se llenan la boca con tal de salir en la tele y los que prefieren mantenerse en la sombra.
Hay que tener claro que será muy difícil que el ganador de las elecciones y su equipo cercano de campaña cambien su lenguaje. Ganaron con la denuncia y es muy posible que mantengan ese tono en su primer tramo de gobierno, antes de que se vuelva una contradicción y la ciudadanía les señale las fallas. Pero por lo pronto seguirán con las banderas de la indignación y la denuncia justiciera. Por supuesto ese tono es encabezado por quien será nuestro presidente. Como si se tratara de adversarios, AMLO se queja todos los días de la burocracia y de sectores de servidores del Estado mexicano. Los desprecia, lo estigmatiza como si fueran los culpables de la miseria moral de la clase política. Los señala como privilegiados, como haraganes o como espías. Las palabras que salen constantemente del ganador de las elecciones, después de ahorro y austeridad, son lujos y privilegios. No todos los trabajadores del gobierno son privilegiados ni viven con lujos. Las amenazas de correrlos no son una buena idea. Se entiende que se adelgacen dependencias, que se ahorre en lo que se desperdicia y malgasta –que es mucho–, que quiten subsecretarías y direcciones generales, adelante. Pero no parece muy sensato amenazar a quienes serán tus compañeros de trabajo y deberán seguir tus órdenes los próximos años. Nadie se opone a que renueven, cambien de nombres y hagan cambios pertinentes, se votó para que el señor haga lo que considere correcto. Lo que no se entiende es la ofensa como distintivo de gobierno.
Ejemplo más claro de bocafloja y rencorosa es la señora Irma Eréndira Sandoval, que tendrá a su cargo la Secretaría de la Función Pública. Ella revisará el trabajo de la gente que descalifica y desprecia. Hace unos días puso un tuit que decía los siguiente: “Los tecnócratas son políticos disfrazados y han hundido al país, en 2018 vamos por la verdadera profesionalización en el combate a la corrupción”. ¿Así o más agresiva? Es posible que la señora no tenga mucha idea de la complejidad con que se enfrentará para realizar su labor y de poder llevar a cabo todo lo que piensa respecto del trabajo de decenas de miles de mexicanos que laboran en el gobierno. La señora Eréndira debe tener claro que a los primeros que va a investigar son a sus compañeros de gobierno, a los que está nombrando López Obrador en estos días. Doña Irma tendrá a su cargo una dependencia gigantesca con miles de empleados. Ella piensa que en general “se toma mucho café y se trabaja poco” y que los directores generales son una “casta” que hay que revisar (Reforma 15/07/18). Dice que, por ejemplo, en la Secretaría de Hacienda “hay muchos funcionarios de alto perfil, con doctorados y posgrados en el extranjero, pero ¿por qué el desempeño del país no está muy bien en términos de recaudación ni de gasto ni de deuda pública?”, y anuncia que realizará auditorías del desempeño de funcionarios como esos. Sería interesante saber qué piensa al respecto el próximo secretario de Hacienda.
Por lo pronto, queda claro que la ofensa será parte del vocabulario gubernamental de la cuarta transformación.
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