Aventado, con disposición total, sin sentido del ridículo, carente de amor propio, Ackerman ha decidido entregar “vida, alma y corazón” a su amado líder.
Quizá unas de las características más sorprendentes entre los integrantes de la cuatroté y de la fanaticada de López Obrador son los altísimos niveles de servilismo y abyección a los que son capaces de llegar, sin siquiera obtener una aprobación a cambio. Se ha convertido en un verdadero deporte, en una opción de vida para quienes idolatran al hombre de Macuspana.
Las defensas apasionadas, fuera de cualquier atisbo de mínima racionalidad, campean por todos lados. Personas con inteligencia, con talento, son arrastradas a cuotas de humillación impensables en ellos hace un par de años. El envilecimiento personal es premiado con “likes”, con retuits, con la solidaridad de algún otro grupo de enajenados. Así funcionan las sectas y estamos ante una de tamaño gigantesco liderada desde la Presidencia de la República.
Como en todo movimiento de corte religioso, el fanatismo exige sacrificios cada vez mayores. Pocas cosas complacen al maestro y entonces la competencia por el agrado y el beneplácito del líder se convierte en una competencia en la que la cordura es la primera víctima para terminar viendo grupos de sacrificados. Y como el ejemplo de la creencia, de la adoración al dios, debe ser pública para enfrentar a los infieles, a los paganos, el sacrificio se hace ante la plaza pública. El fervor debe culminar en inmolación.
Por supuesto, hay maestros en este arte. Personajes que están entre los primeros fieles que son capaces de cualquier cosa para llamar la atención de los demás y obtener más seguidores para la nueva religión, gente que ha hecho del envilecimiento una profesión, el motivo de su vida. Es el caso del señor John Ackerman en la secta lopezobradorista.
Se trata de un caso notable en México. Ackerman –de origen estadounidense y nacionalizado mexicano– ha rebasado por mucho la que imaginábamos enorme capacidad del mexicano para arrastrarse ante el poderoso, para la lambisconería, el halago ramplón, la humillación propia a costa de ocupar un lugar, por ínfimo que sea, en la escala de estima del amado líder. Quién iba a decir que en esa materia tan mexicana como es la adulación, tuviera que llegar un gringo a darnos lecciones. Una muestra más de los efectos de la globalidad.
Aventado, con disposición total, sin sentido del ridículo, carente de amor propio, Ackerman ha decidido entregar “vida, alma y corazón” a su amado líder. No hay oso, papelón, acción que contenga cierto nivel de envilecimiento que no esté dispuesto a hacer antes que nadie y de manera llamativa. Tiene una mezcla de temeridad mexicana con la vocación por el espectáculo estadounidense, que le ha permitido destacar en un ámbito tan competido en la arena política. Ackerman sonroja a cualquier priista de la época dorada de ese partido.
Esta semana ha dado de qué hablar este hombre, pues ha sido impuesto por la titular de la CNDH –una verdadera piedra con serios problemas de comprensión sobre su papel público– para evaluar a los candidat@s a consejer@s del INE. No solamente es una ilegalidad, sino un abierto insulto a la pluralidad –por escasa que sea– en el país, pues se trata de imponer a uno de los máximos matraqueros del presidente. Para hacer eso se necesitan personajes sin conocimiento del pudor, profesionales de la degradación personal, cuya vida pública sea una oda al servilismo. Y sí, es el caso de Ackerman.
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