Se necesita algo más que la empatía con lo sufrido, el conocimiento directo, porque todas tienen a una víctima cercana.
Las plazas suenan y resuenan. Son las mujeres que cantan. Que cantan un himno, un canto de lucha, una letra común para una experiencia compartida y aliviar, denunciar, concientizar sobre un dolor generalizado que brinca fronteras y cualquier línea de separación. Ahí están, por supuesto, las jóvenes, las que quieren ese mundo distinto, sin amenazas, sin agresiones; jóvenes que claman por respeto, solidarias con otras; jóvenes con sus bebés en los brazos cantan por y con mujeres de otras generaciones que no pudieron alzar la voz, que lloraron las agresiones y las humillaciones en silencio. Ahí están cantando fuerte las jóvenes, porque cantar es también protestar, es gritar y es señalar.
Con los ojos vendados, porque no se trata de culpar a alguien concreto, sino de señalar a todos. Porque todos hemos estado envueltos por comisión, por omisión, en lo que sucede contra las mujeres. Con los ojos vendados cantan, con los ojos vendados bailan y todos las vemos. ¿Qué pasa que en unos cuantos días mujeres en distintos países cantan “Un violador en tu camino”? Pasa que no las hemos visto, no las hemos oído. Como sociedad vemos lo que les sucede con horror, pero preferimos escondernos. Pasa que mientras las jóvenes se aprendían la canción, un par de sicarios asesinaron a Abril enfrente de sus hijos. Abril, a la que su marido –alto ejecutivo de empresas importantes– la golpeó con un bat. Con un bat. A la que le aventó “una mesita de café”. Después la amenazó, le hizo la vida de cuadritos y el colofón fue su asesinato. Se presume que fue el marido quien ordenó el crimen. Habrá que esperar, como siempre, a la justicia. Pero hay quienes no esperan, y son las que llevan su canto por todas las plazas. Porque sí hay que pintar, y hay que romper y hay que cantar y hay que señalar, porque hay que verlas, porque tenemos que detener esto. Porque mientras ellas se aprendían su canción, un macho se bajó de su coche en Guadalajara y la emprendió a patadas contra el coche de una joven que, aterrada, lo grababa. El asunto es si el famoso LordCafé convive con mujeres. ¿Qué dice a su esposa, qué le cuenta a sus hijas, a su madre? El asunto es todo lo que representa el individuo, la prepotencia del dinero, la fuerza del género, la posibilidad de agredir. ¿Qué hace cuando convive con sus amistades? ¿Se burla de las mujeres, les cuenta chistes misóginos a sus vecinos, golpea a su mujer?
Hay que hacerse esas preguntas porque somos varias generaciones las que tenemos interiorizadas actitudes machistas. Nos reímos de las burlas a las mujeres, de los chistes misóginos, somos cómplices de los abusos, por pequeños que sean, de las mofas. Porque habría que preguntarse si al marido –o sea el golpeador– de Abril nadie le descubrió algo de su sicopatía. ¿De qué platicaba con sus allegados? ¿Las áreas de recursos humanos que lo contrataron como director no detectaron que era un sicópata? ¿Qué sabían los amigos, los vecinos, los que trabajaban con él? Todo parece indicar que los que sabían se callaron.
¿Qué se necesita para que mujeres que no se conocen entre sí decidan ir a la plaza mayor del país o al patio de su escuela o al parque para cantar en solidaridad con el género? Se necesita algo más que la empatía con lo sufrido, el conocimiento directo, porque todas tienen a una víctima cercana. Y también, claro, se necesita coraje. ¿Hasta cuándo tendrán que cantar?
Por lo pronto, la lección ha sido clara. No importa lo que tengan que hacer, lo van a hacer. Por eso no importa que griten y que pinten, que rompan y que pongan la ciudad patas para arriba, porque les ha pasado durante años a la madre de una, a la prima de otra, a la amiga de aquella y quizá pasa en la casa de al lado y no nos queremos dar cuenta. Por eso: sí, así también: que vuelvan a pintar de verde y de rosa y de morado y que vuelvan a cantar y adueñarse de las plazas. Porque la esperanza siempre ha tenido, y tiene, cara de mujer.
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