La marcha del domingo fue un buen indicador. Claro, no es una marcha que tuviera grandes oradores, ni siquiera tenía una causa concreta sino la difusa de estar en contra.
El presidente López Obrador dijo sobre la marcha contra su gobierno que se trataba de militantes “disfrazados de ciudadanos”. Resulta curiosa la expresión salida de la boca de quien ha sido militante casi toda su vida. Recordemos que AMLO siendo joven se afilió al PRI como militante en los setenta, de hecho, fue presidente del PRI en Tabasco. Militó unos buenos años en las causas del priismo. Después se fue al PRD, partido en el cual militó también muchos años e incluso fue presidente nacional del perredismo. Ahora es militante de Morena. Entonces tenemos que el presidente López Obrador ha sido militante de tres partidos, ha sido presidente de dos a nivel nacional y ha sido fundador de un partido. Parece que alguien, en efecto, no puede quitarse la máscara de militante y quedarse como ciudadano.
Sí, los militantes también son ciudadanos. De hecho, una de sus características es la de pelear por hacer valer su ciudadanía. Fui militante del PAN por más de dos décadas y la militancia me ayudó a luchar y defender las causas en que creía, con muchas personas más. La militancia da un sentido de pertenencia importante y permite dar sentido a las ideas políticas. Claro, no son lo mismo las militancias hechas al calor de la lucha opositora, que las súbitas decisiones en el jolgorio del poder. En el panismo, por ejemplo, la militancia ha pasado por procesos –alentados desde las dirigencias nacionales– de desintegración y desvalorización. La militancia se volvió carne de cañón para la inmoralidad de las directivas. Incluso, cosa que no deja de sorprender, se han prohibido las afiliaciones durante largos periodos. La época de poder del PAN trajo también tumultos de militantes. Muchos de ellos duraron nada más lo que les duró el “hueso”, y mudando inmediatamente a otro lugar mostraron su escaso valor –político y de convicciones.
Descalificar la militancia como lo hace AMLO es descalificarse a sí mismo. Que no es necesario ser militante para hacer política y opinar, por supuesto que no es necesario. Muy probablemente los partidos tengan que cambiar de militantes a simpatizantes, a votantes duros, más que a personas que hagan el trabajo cotidiano de propaganda y difusión –las redes han cambiado sustancialmente la manera de cubrir esas demandas–. Pero responsables de la política partidista siempre habrá, y ciudadanía dispuesta a participar en política, también.
En México, la oposición formal atraviesa una de sus etapas de mayor decadencia. Da pena. Está desorganizada, es lenta, torpe, no conecta, no tiene ideas, no tiene liderazgos que ofrecer. Para muestra una foto. La de Creel, Madero y Marko Cortés en la marcha del domingo. Sus caras lo dicen todo: son lamentables. Y si luego los oye uno hablar, pues sabe que no llegaremos a ningún lado. Pero si no hay oposición, sí hay opositores. Personas dispuestas a dar la batalla, a no dejarse, a defender sus creencias, sus ideas y sus valores frente a la embestida del gobierno. Y cada día hay más. La marcha del domingo fue un buen indicador. Claro, no es una marcha que tuviera grandes oradores, ni siquiera tenía una causa concreta sino la difusa de estar en contra. Pero es gran avance: la gente se organiza y sale, no necesita militar en ningún lado más que consigo misma. ¿Quién cachará todo eso? Quién sabe, pero ya saldrán.
Porque, hay que decirlo, uno de los logros de López Obrador en su primer año de gobierno ha sido el de sacar a su oposición unida a la calle y a las redes sociales. No es poca cosa a tan sólo un año de empezar.
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