La marcha: ciudadanos en busca de líder

La marcha dominguera ha dejado muchas cosas que hablar, esperemos que AMLO también hable.


Marcha dominguera


Leo comentarios sobre la marcha del domingo en la CDMX. Hay a quienes les parece que la marcha no tiene “trascendencia política” o que no fueron tantos los asistentes, que no hubo líderes en la marcha; hay quien se pregunta por qué no salieron antes, por qué no marcharon en otras ocasiones, a lo mejor porque no pudieron o no quisieron, a lo mejor porque en este país hay causas secuestradas a las que no se puede entrar, pero de cualquier manera no sólo pueden marchar los marchistas profesionales, la calle es un espacio que siempre se debe tratar de ganar. Sin embargo, podríamos decir que en general hay acuerdo en que fueron más de los que se pensaba, que la gran mayoría de los manifestantes eran de clase media-alta y que se trató de un evento ordenado y moderadamente exitoso. También se coincide en que la respuesta del presidente López Obrador a esa manifestación fue civilizada y democrática, características no muy presentes en sus alocuciones matutinas.

Hay varias cosas que tomar en cuenta respecto a la marcha dominguera. El presidente lleva poco en el gobierno, pero es claro que se ha dedicado a provocar en las palabras y en los hechos a un sector de la población que está dispuesto a dejar el confort de la casa para mostrar su enojo o simplemente responder a las ofensas públicas del presidente. Los fans presidenciales mostraron su desprecio a la marcha porque la consideraron “blanquita” por los asistentes, una marcha fifí, pues. Son muy primarios en sus valoraciones por lo general y esta no fue la excepción, pero más vale que aprendamos una cosa: sí hay una clase media/media/alta que quiere competir en el mundo, que le gusta la modernidad, que se prepara aprendiendo idiomas, con estudios especializados, que exige cosas de su gobierno como se les exige en una democracia moderna, que quiere ver a su país en el futuro siendo una potencia y que equilibre sus enormes desigualdades. Es el México que quiere un aeropuerto acorde a los tiempos, que quiere que se invierta en el país, que haya empleos de calidad y remuneraciones adecuadas al esfuerzo, son mexicanos que no se arredran para ir a trabajar a cualquier otro país en plazas especializadas. Pero ese modelo de país es precisamente el que no le gusta al presidente y a sus seguidores.

Porque al presidente no le gustan ni los aeropuertos ni los aviones. Le gusta el tren. Al presidente no le gusta el mundo, viajar, conocer, a él le gusta su casa y su rancho, no hay por qué salir; porque al presidente no le gusta la modernidad, le gusta lo de antes, lo que funcionaba cuando él creía que las cosas funcionaban. Por eso condena ese tipo de vida, que es la que trata de defender, con todo derecho, la gente que marchó el domingo. Los esfuerzos de este gobierno por terminar con un modo de vida que incluye como objeto central de los padres que los hijos los superen en todos los ámbitos –académicos, de idiomas, de conocimiento– son patentes y los ciudadanos tienen razón en defenderlos. La gente quiere tener un aeropuerto que muestre a los demás un país en progreso y con capacidad de recibir al mundo en el país. No es que quiera sentirse fifí en una sala de espera. No es la cancelación de privilegios –un aeropuerto no lo es– lo que se pretende, sino la dominación de una visión cerril de la vida.

Claro que hubo pancartas tontas y mal escritas. Así son las marchas. Creo que lo importante es que se va formando en la ciudadanía –ciertamente en las clases medias, que son las que conforman los ejes de los cambios– una oposición dispuesta a dar la batalla. Es una parte de la sociedad que se organiza en busca de un líder que todavía no llega. Es una parte de la sociedad que ha salido a la calle y que no piensa dejarla. Y hace bien.

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