De las Memorias de Adriano

“Trajano soñaba con vengar esa vieja derrota; yo pensaba sobre todo en impedir que se repitiera”.


Lecciones de política


Una de las joyas literarias del siglo pasado es, sin duda, Memorias de Adriano. Esta obra de Marguerite Yourcenar nos lleva a las reflexiones del emperador romano sobre la política, la sociedad y el amor en esa época. Es un libro lleno de esplendor, con una prosa maravillosa que no deja descanso al lector. Muchas cosas se pueden sacar de ese libro para los años que estamos viviendo. Van algunos subrayados,

“La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana, un poco como las grandes actitudes inmóviles de las estatuas me enseñaron a apreciar los gestos”.

“… todo lo que cada uno de nosotros puede intentar para perder a sus semejantes o para servirlos, ha sido hecho ya alguna vez por un griego. Y lo mismo ocurre con nuestras elecciones personales: del cinismo al idealismo, del escepticismo de Pirón a los sueños sagrados de Pitágoras, nuestras negativas o nuestros asentimientos ya han tenido lugar; nuestros vicios y virtudes cuentan con modelos griegos”.

“Empezaba a tener mi leyenda, ese extraño reflejo centelleante nacido a medias de nuestras acciones y a medias de lo que el vulgo piensa de ellas”.

“Los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese contramaestre que desgarra a latigazos la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo; ese idiota compartiría conmigo su último mendrugo. Y pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa. Nuestro gran error está en tratar de obtener de cada uno en particular las virtudes que no posee, descuidando cultivar aquellas que posee”.

“Pero el peor peligro de tan vastos planes era en el fondo su sensatez: como siempre, abundaban las razones prácticas para justificar el absurdo, para inducir a lo imposible. El problema de Oriente nos preocupaba desde hacía siglos; parecía natural terminar con él de una vez por todas”.

“Trajano soñaba con vengar esa vieja derrota; yo pensaba sobre todo en impedir que se repitiera”.

“César tenía razón al preferir el primer puesto en una aldea que el segundo en Roma. No por ambición o vanagloria, sino porque el hombre que ocupa el segundo lugar no tiene otra alternativa que los peligros de la obediencia, los de la rebelión y aquellos aún más graves de la transacción”.

“Atiano había visto bien: el oro virgen del respeto sería demasiado blando sin una aleación de temor”.

“Casi todos los hombres se parecen a ese esclavo; viven demasiado sometidos, y sus largos periodos de embotamiento se ven interrumpidos por sublevaciones tan brutales como inútiles”.

“Parte de nuestros males proviene de que hay demasiados hombres vergonzosamente ricos o desesperadamente pobres”.

“La mayoría de nuestros ricos hacen enormes donaciones al Estado, a las instituciones públicas y al príncipe. Muchos lo hacen por interés, algunos por virtud, y casi todos salen ganando con ello. Pero yo hubiese querido que su generosidad no asumiera la forma de la limosna ostentosa, y que aprendiera a aumentar sensatamente sus bienes en interés de la comunidad, así como hasta hoy lo han hecho para enriquecer a sus hijos”.

“Se necesitan las leyes más rigurosas para reducir el número de los intermediarios que pululan en nuestras ciudades: raza obscena y ventruda, murmurando en todas las tabernas, acodada en todos los mostradores, pronta a minar cualquier política que no le proporcione ganancias inmediatas”.

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