La gran gresca nacional

Otra de las escenas de nuestra gresca nacional fue lo sucedido con la ciudadana argentina que agredió verbalmente a una mexicana.


Pleito presidencial


La pasión del presidente por el pleito ha tomado ya categoría de actividad cotidiana. El ambiente en el país es una madriza colectiva en la que se participa activa o pasivamente. Hay quienes gozan con la cadena de humillaciones dirigidas desde el púlpito de Palacio y se ríen a escondidas de que el presidente madreó a fulano o a sutano, eso si no se participa alegremente en la demolición de reputaciones. El propio mandatario eleva el tono, su rencor es gasolina para sus mañaneras. A inicios de la semana pasada, por ejemplo, el Reforma era un periódico, a mediados era un “boletín de los conservadores” y el viernes ya de plano fue un “pasquín inmundo”. Qué bueno que no hubo conferencia el sábado, porque hubiera dicho que los de Reforma eran una verdadera mierda. No tarda en decirlo.

Ese es el ambiente nacional, el que le gusta al presidente. El golpe, el pleito todos contra todos y él animando la gresca desde Palacio Nacional. Es parte de la lógica de la polarización: hay que tomar un bando para que no quedes atrapado porque, de todas maneras, tarde que temprano te van a golpear. Así, la felicidad de muchos porque no le autoricen el partido a Calderón, se transforma en alegría en otros lados porque el PAN está hundido, o por los pleitos primitivos en Morena, o por los ataques contra cualquier periodista, intelectual o empresario. No importa defender lo de todos, mejor reírse de lo que le pasa a quien también detestamos. El presidente aviva los resentimientos y envidias de los demás, así encuentra apoyos en otras partes. Sólo es cuestión de buscar un enemigo común y en política siempre lo hay. Una muestra es el artículo de Ricardo Raphael (Milenio 12/09/20) en el que ataca “la moral neoliberal” que construyeron “los intelectuales” con dinero público; los acusa de haber sido “costosos parásitos del erario”, de escribir libros que “nadie leyó”, recibir “publicidad que nadie vio” y muchas cosas más. Por supuesto es incapaz de decir nombres, quizá porque lo considera neoliberal. Lo importante era el momento de su revancha personal. A lo mejor porque nunca lo invitaron a esos proyectos y él tuvo que conformarse con los que le dejó el dinero público: ser funcionario cultural de la UNAM, profesor del CIDE y estar años en Canal Once participando en programas que, esos sí, nadie ve. Cobrando en todas partes, claro, porque a lo mejor eso es parte de la “moral populista”.

Otra de las escenas de nuestra gresca nacional fue lo sucedido con la ciudadana argentina que agredió verbalmente a una mexicana. A lo inaceptable del insulto, la respuesta en las redes fue demoledora. El presidente se ha encargado de exacerbar el ánimo contra los extranjeros y recordar agravios históricos. Por supuesto la argentina recibió la andanada que incluía la palabra “meseros” como insulto. La señora salió del país y el gobierno de López Obrador, siempre justo y atento a los grandes problemas nacionales, ha decidido ponerle restricciones a su ingreso por si quiere regresar. Nosotros que tenemos decenas de millones en el país de al lado, expulsando a una cretina que osó insultarnos.

En la gran gresca nacional que dirige el presidente, todos ponen sus pequeñas revanchas, sus agravios pasados, porque algo de satisfacción provoca la humillación pública a la que somete López Obrador a personas y grupos cotidianamente. Por lo pronto, todos formamos parte del público abajo del patíbulo y nos reímos de las cabezas que ruedan, brindamos por la desgracia ajena y aplaudimos cuando llega el carruaje con el próximo culpable, mientras un hombre mayor con la túnica manchada de sangre brinca y aplaude al lado de la guillotina. No parece que pronto encuentre satisfacción completa con el espectáculo, por lo que anima el pleito generalizado y saluda la llegada de la venganza.

 

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