Por eso hay que saludar el regreso de Ricardo Anaya. Sin duda puede representar a esta parte del electorado.
Soy de derecha liberal. Lo digo porque la derecha en México tiene, entre uno de sus problemas, el de no asumirse como tal. La derecha en México carga con el fardo de la derecha fascista europea o latinoamericana. Creo que, por ejemplo, el PAN ha tardado en definirse como tal. Durante mucho tiempo prefirió esconderse en el “humanismo”. Como nadie entendió qué es eso, se le quedó que era de derecha. Hoy en día que tenemos un presidente abiertamente de derecha como lo es López Obrador, también se declara “humanista”. Lo cual sigue sin significar nada. Por supuesto hay una derecha conservadora y hay una radical –que es la que ahora vemos agrupada en Frenaaa–, pero en México hay un muy amplio espectro electoral para la derecha liberal. Los que creemos en el mercado, aunque no como la solución a todo; también creemos en la libertad de las personas, libertades sobre su cuerpo, de credo y de pensamiento, por mencionar algunas. Bien, pues esa derecha parece que no tiene quien le escriba y es la más grande.
Por eso hay que saludar el regreso de Ricardo Anaya. Sin duda puede representar a esta parte del electorado. Si bien es cierto que ahorita el asunto se concentra en el antiAMLO, hace falta presencia, imagen, dichos, oportunidad, definiciones y no sólo el “anti”. Y un problema de la oposición es precisamente la falta de definición de qué representa en el panorama político. Las elecciones se ganan con definiciones, ya sea programáticas, ideológicas o de causas. Ese fue uno de los problemas de Anaya, sólo uno, la falta de definición. Se abrazó de un grupo que era todo menos definido, profesionales de la derrota, pero expertos en no asumir responsabilidades, tan es así que lo dejaron solo al final; le gustaron los halagos, la idea –torpe y frívola– de representar a todos y de ser el más inteligente del país. Como se sabe la soberbia es mala consejera, así que terminó haciéndose a un lado de su partido, de sus gobiernos, de sus personajes y, por lo tanto, de sí mismo, porque lo único que tenía en la maleta era ser del PAN. Perdió y se fue dos años quesque a pensar. Son años perdidos. Los liderazgos se forjan en la derrota –pueden preguntarle al presidente López Obrador al respecto– y Ricardo pertenece a esa generación que cree que en política todo es ganar, pero que terminaron por perder todo.
La derecha anda suelta, sin rumbo y ahorita sale de ella su peor faceta. No debe extrañarnos, AMLO se ha empeñado en sacar lo peor de todos, hasta de su equipo. Pero la oposición no puede ser solamente quienes tuitean, quienes para defenderse de los atropellos tienen que reunirse a firmar un desplegado. Hace falta la oposición política, la que tiene esa vocación, la que lo sabe hacer, la que debe enfrentar al poder porque es parte del interés público que representa como partido. Debo decir que no voté por él, pero si Anaya dice que aprendió de sus errores, le creo. No hay por qué pensar que no. Debemos entender que los políticos se rehacen, que es parte de su esencia –nuevamente se puede ver el caso de AMLO, pero también el de Mitterrand o el de Lula–, así que no debe sorprendernos.
Ojalá Ricardo sea la voz potente y pueda unir otras más. Sin las figuras establecidas, sin las plataformas políticas existentes y financiadas por el Estado para ese propósito, será difícil hacer la oposición que se necesita. Por eso hay que saludar el regreso de Anaya.
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