La conversación pública contra el presidente

Nadie puede negar que el presidente ha sabido dominar la conversación pública durante su gobierno. Con una oposición humillada en las urnas y castigada con el rechazo social, arrinconada en su pequeñez, los primeros años no hubo otro son que el que tocaba el presidente. Llegaron las elecciones intermedias y la sociedad salió a opinar en muchos lados de manera distinta a lo que normalmente indicaban las diatribas cotidianas del presidente. La CDMX particularmente se manifestó con votos como un rechazo a la sistemática satanización de ser clasemediero, querer estudiar, tener aspiraciones y encontrar satisfacciones personales en la vida. El golpe fue duro y el presidente y su candidata Claudia Sheinbaum acusaron recibo.

El presidente continuó con sus amenazas, acusaciones y exhibiciones públicas de personajes que le desagradan, permitiendo así que sus hordas estén tranquilas devorando personajes en las redes y medios. Sin embargo, el tiempo de la locura se va agotando y va llegando a su fin el mandato de López Obrador. Esto conlleva la pérdida de poder, claro. Pero ese realmente se pierde pasadas las elecciones. Lo que se pierde antes, y eso ya es evidente, es el control.

En las últimas semanas ha quedado claro que López Obrador ya no tiene el control de la conversación pública, algo indispensable para quien quiera dirigir el sentido de unas elecciones. Y no sólo para los comicios. En la última década, las luchas ideológicas han sido en muchos lados peleas por el control de la conversación.

¿De qué se ha hablado en las últimas semanas? De dos temas fundamentales que no le gustan, no le convienen y le afectan al presidente: sus hijos metidos en negocios con contratos gubernamentales en una enorme red de corrupción y de las aportaciones de un cártel del narcotráfico a la campaña de López Obrador en 2006, según investigó la DEA.

Sobre sus hijos, individuos que sobrepasan la treintena de años, el presidente no los ha dejado decir nada. Considera que con lo que responda él es más que suficiente –lo cual le ha dado muy buenos resultados en el pasado–, pero parece que eso ya no es suficiente. El tema sigue, los hijos no han declarado nada y el escándalo está intacto. El asunto de los hijos ha sido en dos tiempos; primero, el llamado “bodoque del bienestar”, con su casa en Houston y su vida de lujos sin que se le conozca oficio ni beneficio, y ahora los otros dos que salieron aumentados, pues resulta que lo del “bodoque” son cacahuates comparados con la desmesura de sus hermanos menores.

Respecto de la investigación de la DEA, el presidente, para usar un eufemismo, montó en cólera. Denunció una agresión del país vecino a su humilde figura, también un complot de las malignas fuerzas que lo han perseguido incesantemente. Como prueba de su inocencia dijo que el periodista que firmó el reportaje corría con el entonces presidente Salinas hace 40 años –como si eso significara algo– y no ha dejado de hablar del tema.

Su disparatado paquete de reformas, aunque lo tuviera pensado como estrategia electoral, parece que no podrá con los otros dos temas. Finalmente es más fácil para todos hablar de las posibilidades de que los hijos sean ahora millonarios gracias a negocios públicos, como han establecido investigaciones periodísticas, o de que los colaboradores del presidente hayan recibido dinero del narco, que de la necesidad de legislar sobre los consejeros del INE, prohibir los vapeadores o quitar los plurinominales.

Por primera vez en mucho tiempo el presidente tiene la conversación pública en contra.

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