Seguiremos viendo al presidente rodearse de impresentables y estar en manos de corruptos para continuar hablando de lo inmundo que está todo.
La mamá de una amiga la aconsejaba de pequeña: “júntate con las feas, así vas a destacar; si vas con las bonitas te vas perder, no brillarás”. Mi amiga siguió el consejo a rajatabla y a la fecha sigue destacando en su grupo de amistades. Al margen de la pertinencia del consejo maternal y su influencia en la autoestima de la entonces niña, sí hay quienes prefieren rodearse de gente que no los opaque en nada, al contrario, mientras más grises o grotescos, mejor, pues la comparación es inmediata.
López Obrador hace algo similar. Le gusta rodearse de corruptos para destacar: al lado de su colaborador Manuel Bartlett, el presidente es un monumento de honestidad y talento, de virtudes teologales, es casi un santo. Junto a Irma Eréndira, el presidente aparece como un hombre prudente, sensato y con control de sí mismo. Al lado de Durazo, AMLO destaca por su inteligencia y arrojo, y así podríamos seguir con su lista de colaboradores.
Por alguna razón a López Obrador le da por ponerse en las manos de los corruptos. ¿Qué sentido tiene poner el sector energético en manos de un hombre corrupto y retardatario, de conductas políticas primitivas como Bartlett? Estratégicamente es una equivocación, pero en determinadas tácticas le ha de funcionar que mejor las críticas se ceben en Bartlett que en el propio presidente. Hay mucho impresentable en los equipos que ha formado el presidente, pero él siente que eso lo purifica, que la sola comparación le es útil, lo engrandece. En el estercolero, el que llega bañado destaca.
Otra forma de apostar por los corruptos, de poner su gobierno y hasta su estrategia en manos de un corruptazo es el caso de Emilio Lozoya. El principal promotor del exdirector de Pemex es el presidente de la República. Los anuncios sobre lo que dice y dirá el señor Lozoya, se dan en Palacio Nacional; ahí se informa sobre los alcances del acuerdo al que se llegó con ese delincuente y en boca presidencial se confirma que hará trizas a la clase política que operó en los sexenios pasados. No hemos visto nada, ni uno solo de los videos prometidos, ni una acusación clara, ni nombres concretos o formas de operación corruptora que seguramente eran cosas de lo más común en el peñismo. Hasta el momento sabemos que el ícono de la corrupción priista se encuentra en su casa tranquilo, que no ha pisado la cárcel ni la pisará, y en cuanto acabe de empinar a los adversarios de López Obrador, seguramente se irá a Alemania a gozar de su dinero. De hecho, la mamá del señor Lozoya –a quien este involucró en sus negocios– tiene más restricciones a su libertad que el corrupto confeso.
El caso va para largo, lo que ayuda a las pretensiones presidenciales de hacer del caso un asunto electoral. Pero, por lo pronto, sólo está el hecho de que el miembro de la mafia del poder, el hombre que traía dinero de aquí y de allá, el corrupto señalado hasta por sus propios compañeros de trabajo, está feliz y tranquilo en su casa.
Por lo pronto, seguiremos viendo al presidente rodearse de impresentables y estar en manos de corruptos para continuar hablando de lo inmundo que está todo, de lo mal que le dejaron las cosas, de lo pérfidos que son los otros y de lo limpio, puro e inmaculado que es él.
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