La captura de quien llevara la violencia a niveles nunca vistos en Guanajuato se dio en un contexto en el que la relación entre el presidente y los gobiernos estatales, dista de ser buena.
La captura de El Marro es, sin duda, un éxito del gobierno de López Obrador. En este tipo de situaciones no se vale andar con regateos. También hay que decir que es un éxito del gobierno de Guanajuato, de su gobernador Diego Sinhue. El Marro asoló a ese estado del Bajío, generó una ola de violencia inusitada y su ley se aplicaba en territorios extensos. La violencia se volvió parte de la imagen del estado. Algo que sorprendía a todos, pues es una demarcación con pleno empleo, que lleva años creciendo y que era un polo de atracción para la inversión. Llegó a ser un estado modelo en muchos aspectos.
Desde hace décadas Guanajuato es un estado gobernado por el PAN. El dinamismo y la pujanza de la zona se ha mantenido a lo largo de esos gobiernos. Si en algo se puede presumir la continuidad en el gobierno, el éxito económico y de empleo de Guanajuato es un buen ejemplo. Claro, la falta de movilidad también ha generado vicios y estancamientos; ha creado grupos de poder difíciles de renovar y otra serie de malas mañas propias de la vida política. Entre ese tipo de malas prácticas ha llamado la atención los nombramientos en el área de seguridad y la procuración de justicia. Son personas que ya llevan tiempo en el cargo y que han sido ratificados una y otra vez, así que han pasado de un gobierno a otro sin problema alguno. Se entiende la lógica transexenal de los nombramientos. Lo que no se entiende es cómo es posible que quienes estaban al frente cuando la violencia comenzó a repuntar de manera asombrosa y cuando se instaló de manera cotidiana, los responsables fueran los mismos. Durante esos años creció y se consolidó la organización de el Marro. Durante esos años el estado se volvió uno de los más violentos del país. Y los responsables ahí siguen. Podría ser un buen momento para que el gobierno local reconsiderara su esquema y los personajes alrededor de su estrategia de seguridad.
La captura de quien llevara la violencia a niveles nunca vistos en ese estado se dio en un contexto en el que la relación entre el presidente y los gobiernos estatales –particularmente los que son de un partido distinto al del presidente– dista de ser buena. Reclamos de uno y otro lado. Grupos de gobernadores defendiéndose de las agresiones de funcionarios del presidente, políticas públicas cuestionadas de uno y otro lado, amenazas, actitudes de rebeldía, demandas para revisar el pacto fiscal y la colaboración entre los dos órdenes de gobierno, acusaciones de indolencia y hasta de corrupción y descortesías, cuando no abiertas majaderías, es lo que hemos visto en los últimos meses. Sin embargo, la captura del criminal dejó en claro que hay temas en los que la cooperación es vital y en el que inevitablemente hay corresponsabilidad para tener resultados. Hay que congratularse del éxito de esa participación conjunta.
Otro aspecto que hay que destacar es la ofensiva del gobierno contra los criminales. Durante casi dos años el presidente abandonó esta importante labor de gobierno. Hasta que la violencia llegó a niveles inmanejables y tuvieron que dejar atrás la idea de los abrazos, y si bien no es que regresaran a los balazos, la captura de la semana pasada es una muestra de trabajo de inteligencia y eficiencia operativa. Si nadie dijo que sólo se tratara de echar pura bala, sino de ponerse a trabajar en serio en el combate a la criminalidad. Lo hicieron y tuvieron un buen resultado. Qué bueno, adiós a los abrazos, bienvenidas la eficacia policiaca y militar.
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