La 4T: aldeanismo y sumisión

La semana pasada en esa feria de las ocurrencias que es la mañanera el presidente habló seriamente de algo que considera peligrosísimo para el país: los mexicanos que estudian en el extranjero.



Una de las actividades que más entusiasmo le genera al presidente López Obrador es hablar de sus enemigos. Con verdadera pasión, el presidente dedica horas a la semana a señalar públicamente a los enemigos de la transformación. El abanico de las enemistades es de lo más variado: va desde la llamada derecha –no la que él representa sino la otra–, pasando por medios, periodistas, intelectuales, empresarios, artistas, burócratas, académicos, deportistas, políticos y básicamente cualquier persona que no piense como él o que simplemente piense por cuenta propia, hasta sus fantasmas con la historia y abstracciones como lo extranjero y las fuerzas imperiales. El resultado es de risa loca o para llorar, lo que el ánimo ofrezca.

La semana pasada en esa feria de las ocurrencias que es la mañanera el presidente habló seriamente de algo que considera peligrosísimo para el país: los mexicanos que estudian en el extranjero. Haciendo alarde se su mentalidad aldeana, López Obrador ha dejado claro en repetidas ocasiones que estudiar en otros países es una de las formas de la corrupción moral a las que se enfrentan los mexicanos de bien. Ya hemos comentado en este espacio aquella referencia que ha hecho de la película El Padrino, en la que el presidente supone que uno de los hijos de don Corleone se hizo malo porque se fue a estudiar a una universidad en Estados Unidos. Independientemente que él es el único en el mundo que vio esa parte de la película, se evidencia que ve las aulas del saber en otros países como lugares en los que se pasea el maligno. Salir de casa, ‘dejar el rancho’, despedirse de la familia para obtener conocimiento en otros países no es visto por nuestro presidente como un asunto de inquietud personal, de afán de superación, de desarrollar el talento, de conocer más. No, para el presidente eso es una oportunidad para corromperse y perder los valores morales inculcados en el seno familiar. La semana pasada dijo: “Los que van a estudiar a Harvard o en el extranjero aprenden a robar… es una mentalidad elitista, clasista, racista”. De esto se desprenden varias cosas: el presidente cree que los malos están afuera, que el mal viene de otro lado y que los de aquí son puros y castos hasta que entran en contacto con los perversos que habitan el mundo. Como lo ha dicho ya: los españoles vinieron a robar y los que salen a estudiar en realidad aprenden a robar. Esto es: el mundo es la escuela del crimen, mejor quédense en casita. Es una visión de la vida bastante penosa.

Por supuesto el presidente hace escuela en lo de la estigmatización y eliminación del diferente. Y como ya mencionamos, el señalamiento público no se limita al que piensa diferente sino quien se atreve a pensar por cuenta propia. Es el caso del escritor Jorge F. Hernández, que fue cesado de su puesto en asuntos culturales en la embajada de México en España por “comportamientos graves y poco dignos de una conducta institucional”, según menciona un comunicado firmado por el señor Enrique Márquez, incondicional de Marcelo Ebrard. En el comunicado Márquez alaba a su jefe con el servilismo propio del lopezobradorismo, y dice que Hernández trabajaba en la “embajada de España”. El marcelista no sabe ni dónde trabaja, cree que labora en la embajada española y no en la mexicana. Jorge F. Hernández es un escritor prolífico, de un fino sentido del humor, una amplia cultura, lector voraz y gran conversador. El señor Márquez es un político mediocre lacayo del canciller. ¿Quién sigue en su puesto? Márquez. A Hernández se le ocurrió escribir un texto sobre las estupideces que a cerca de la lectura dijo el nefasto Marx Arriaga. ¿A quién corrieron? A Hernández. Es claro: la cuatroté es el espacio del aldeanismo y la sumisión.

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