El papel de oposición responsable en nuestro país recaerá en la ciudadanía, ante la aniquilación de Morena a los demás partidos políticos.
La aniquilación de la oposición en las elecciones del pasado julio es una decisión ciudadana que puede tener serias consecuencias. Ni siquiera los propios triunfadores estaban preparados para un escenario en el que la oposición partidista resultara prácticamente irrelevante. El panorama no pinta nada bien para los opositores: si los electores los noquearon, Morena les prepara la muerte por inanición, al quitarles una buena cantidad del dinero que reciben como financiamiento público.
El panismo se enfrenta a sí mismo para tratar de resolver sus problemas. Este enfrentamiento lleva años en el blanquiazul sin que hayan podido resolverlo. No habrá sorpresas en ese partido: van a ganar los que perdieron en julio porque ahora así funciona el panismo, se premia el fracaso y la componenda.
En el PRI todo parece indicar que esperan a que termine el gobierno peñista para poder atrincherarse. No se sabe qué hacen, pero en algún momento tienen que elaborar una estrategia de sobrevivencia política. Al igual que los panistas, por lo pronto les urgirá un plan financiero y seguramente tendrán que vender edificios, coches y recortar personal.
El reto es mayor para estos dos partidos –el perredismo se apresta a desaparecer– pues llevan décadas girando en torno al dinero público. Con ser competitivos en las elecciones les bastaba para recibir cientos de millones de pesos. La vida interna de esos partidos no giraba ya sobre idearios o discursos ni discusiones ideológicas o de rumbo, todo se movía con base en el dinero, los negocios y los cargos en los que los líderes partidistas colocaban a sus conocidos en las estructuras internas del propio partido y en las esferas gubernamentales. Por eso, no hay gente capaz de dar la batalla discursiva, siquiera de ganar el debate parlamentario, pues la capacidad política fue sustituida por la lealtad al grupo. Hicieron de la lealtad no un camino en el que se comparten ideas, proyectos y liderazgos, sino una característica casi canina que se exigía al militante.
Por lo pronto, están ubicados en la irrelevancia, lugar que les asignaron las urnas. Del escándalo que desató esta semana la boda ‘fifí’ de César Yáñez, resultaba más interesante lo que dijeran los de Morena que lo que pronunciara la oposición partidista. No lideraron el ataque, ni siquiera pudieron agregarle dardos inteligentes. Puros lugares comunes cuando no groserías y cierto recelo clasista. Aunado a esto hay que decir que como es natural en estos partidos, estuvieron de acuerdo con la bancada morena en la Cámara de Diputados en darle a cada diputado en diciembre más de 200 mil pesos. Igual que siempre. Prefieren compartir el costo del reclamo, pero llevarse el billete a casa antes que denunciar las trácalas legislativas.
Lo que es claro es que la oposición se ha armado sola en las “benditas redes sociales” y en los medios de comunicación con la comentocracia (a la que tanto destetan López Obrador y su fanaticada). Una lección del escándalo de la boda es que los ciudadanos que discrepan de AMLO no tienen quién los represente, y que por lo tanto dependen de que sean los propios ciudadanos los que no rindan la plaza pública de la discusión a la aplastante mayoría oficial, que se consolidará a partir del 1 de diciembre. Habrá que hacer oposición ciudadana.
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