Todas las campañas presidenciales pasan por momentos de tensión.
Hasta el día de las elecciones en que se sabe el resultado, la tensión se dispara y solamente en algún lugar habrá algarabía y felicidad; en los otros una mezcla de impotencia, dolor y tristeza. Así es el asunto. Los resultados del trabajo en las campañas son públicos, tanto los aciertos como los errores. Durante el proceso de campañas la tensión se acumula en los equipos que se estancan o los que reciben un duro golpe, los que no pueden subir porque encontraron su tope… esos equipos se la pasan mal, muy mal, comienzan a ‘hacer agua’, a hundirse.
Algo similar a lo anterior parece ocurrir en la campaña de Ricardo Anaya. Las estrategias no han funcionado. Se dedicaron a golpear en un inicio al PRI, olvidando que a antipriismo siempre les ganará López Obrador; que los debates iban a ser su fuerte, que destrozaría a AMLO, que hundiría a Meade y… nada. Queda claro que es un gran polemista, pero nada más no sube después de los debates. De hecho, en el debate anterior, Meade lució más que él y López Obrador con un par de chistines lo aplastó.
Su campaña del futuro, en la que compraba sándwiches con un celular, no prendió. Un joven que se rodeó de lo más granado de hace dos sexenios. Parecía requisito ser del programa ’70 y más’ para formar parte de su equipo cercano. El proyecto del joven Anaya representa al gobierno de Fox, sus ideas, sus fracasos, sus frustraciones, sus clichés y hasta sus pleitos. El joven Anaya no pudo vender futuro y ahora venderá la paz en la última etapa de su campaña.
Otro fiasco fue la venta adelantada del voto útil que nadie entendió. Jugaban a tratar de quitar a Margarita, pero ella se fue sola. En privado algunos de ellos festejaban su ‘triunfo’. Quien sabe qué celebraban, pues nada parece indicar que hayan captado los votos en libertad que dejó ella con su renuncia. Fue como su venta inicial del cambio de régimen. Un proyecto que nadie entendió. Al final, el cambio de régimen lo trae de la mano Andrés Manuel: nadie sabe para quién trabaja.
Los panistas fueron marginados de la campaña desde un inicio. Las batallas en los medios más relevantes las han dado personajes del Frente, ajenos al blanquiazul. A muchos ha sorprendido que defiendan más sus propias personas y trayectorias que a su candidato a la presidencia. Las defensas que hacen de Anaya son tibias, hasta con cierta pena. Prefieren hablar de sí mismos. No hay espíritu de cuerpo en esa campaña: es un grupo de egos en busca de un triunfo ajeno.
La de Ricardo Anaya es una personalidad sofisticada, con una campaña sofisticada, con gente sofisticada que olvidó que su público era gente sencilla que esperaba mensajes sencillos.
Todo parece indicar que la feria de los culpables ha comenzado en esa campaña. Las filtraciones y los datos contradictorios aparecen por cualquier lado en los medios. Los panistas parecen enfilar sus ataques contra Jorge Castañeda, cabeza visible de la estrategia de campaña (ver Proceso #2169). Si el pleito y el desorden avanzan, esa campaña habrá terminado después del tercer debate.
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