No sabemos si estamos ante un santo vanidoso o un fariseo que quiere imponer su vida como modélica. Los mexicanos deberíamos tener certezas en lo que se refiere a nuestro presidente.
Desde hace unas semanas Jorge Zepeda Patterson ha publicado una serie de textos en El País en los que hace un balance crítico de López Obrador, pero también de él mismo como seguidor y defensor del presidente. Hay que decir que esto parece una novedad y hay que saludarla. Nada mejor que dejar en claro preferencias, diferencias y apoyos. No son tiempos de la falsa neutralidad ni de zambullirse en el agua tibia de la indefinición.
Zepeda Patterson ha hecho con su prosa una inteligente defensa del presidente y sus acciones. También razona su apoyo sin necesidad de hacer un documento ideológico o condenar a los demás bajo un cúmulo de insultos reciclados tantas veces en el podio presidencial. Mucha gente que apoya a AMLO ha encontrado en sus escritos el molde para el apoyo y la defensa tanto del presidente como de su identificación con él.
Esta semana el artículo de Zepeda Patterson (¿De qué hablamos cuando hablamos de López Obrador? El País 01/07/20) nos dice que López Obrador es un “misterio”, “un hombre en cierta forma indefinible. Un haz de contradicciones, una suma de ambigüedades expresadas siempre de manera categórica”. Zepeda dice que Palacio Nacional es habitado por “una paradoja”. Y eso le gusta. Que cada quien tenga su propio López Obrador en la cabeza lo considera una singularidad política. Que no sepamos cómo es en realidad el presidente le parece un acierto y que AMLO “opera un cambio de régimen más para bien que para mal, a veces a pesar de sí mismo o de la idea de sí mismo que los mexicanos hemos construido”, lo considera un gran resultado.
López Obrador “no es ni Chávez ni Maduro”, nos dice Zepeda. “Tampoco es un hombre de izquierda”, no toma en cuenta la agenda ambientalista, ni la feminista y tiene “un extraño apego a Trump”. Más aún: “es profundamente desconfiado de la iniciativa privada y un estatista convencido, pero está dedicado a adelgazar al Estado; un nacionalista a ultranza genuinamente convertido en amigo de Trump, el denostador de los mexicanos; un hombre progresista arraigado en el pasado; un luchador social que rechaza cualquier camino que no sea la democracia, empeñado en debilitar a los órganos democráticos; un fiero opositor de los neoliberales pero en materia de finanzas públicas más ortodoxo que los neoliberales; un permanente rijoso que pregona abrazos en lugar de balazos; un hombre inflexible en sus ideas que repudia todo acto de represión; un intransigente que nunca pierde la paciencia; un amante de la naturaleza obsesionado con las energías más contaminantes”. Al escritor y a muchos de sus seguidores esto les debe parecer fascinante. Que el presidente sea un enigma les resulta admirable y hasta divertido. Todo estaría muy bien si se tratara de un actor incluso de un candidato, pero si hablamos de un presidente es altamente preocupante.
Por supuesto que soy de los que ve esas contradicciones que menciona Zepeda no como algo risueño, sino como cosas francamente alarmantes por tratarse de quien decide parte del destino de más de cien millones de personas. Evidentemente no soy simpatizante, ni mucho menos, de López Obrador precisamente por la descripción que hace su defensor Zepeda Patterson. Porque cuando hablamos de López Obrador hablamos de un hombre inasible, inseguro, inestable; si es un caprichoso, un berrinchudo o un hombre resuelto a llevar a cabo una idea; no sabemos si es un adolescente en pandemia o un viejo rencoroso, si estamos ante un santo vanidoso o un fariseo que quiere imponer su vida como modélica, si es un hombre religioso o el líder fanático de una secta política. Me parece que los mexicanos deberíamos tener certezas en lo que se refiere a nuestro presidente.
Pero, independientemente de lo que uno piense, hay que leer a Zepeda Patterson y saludar su defensa original e inteligente así como su definición para explicarla y explicarse.
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