Las renuncias que recibió el presidente Andrés Manuel López Obrador, una por parte de Germán Martínez y otra de González Blanco son producto de que el AMLO quiera controlar todo y no dejar que cada mandatario se haga cargo de las responsabilidades que le corresponden.
El presidente López Obrador dijo claramente hace tiempo que no pensaba ser florero. Se entiende por esto que no iba a ser un adorno, un objeto decorativo que mueven de un lado a otro. En la historia, en efecto, hay ejemplos de mandatarios que eran secuestrados por su equipo o que eran engañados de manera constante por sus allegados.
En ese afán de no ser una pieza ornamental decidió tomar él todas las decisiones, controlar el dinero, la palabra, las contrataciones, las compras, los despidos, los viajes, las obras, él tiene que decidir todo porque los demás, aunque tengan buena fe y estén con él, son falibles y víctimas de tentaciones. El resultado es que ha convertido a sus colaboradores en floreros y maneja el gobierno como si se tratara de una tlapalería, en la que el dueño decide todo.
La semana que terminó tuvo dos bajas en el gabinete. Todos coinciden en que la de Germán Martínez fue relevante y que la de la señora González Blanco era necesaria. En su renuncia, Martínez hizo alusión al florero.
Quien adquiere responsabilidades como las inherentes a esos cargos –que incluyen varias de orden legal– deben poder tomar decisiones que le permitan rendir cuentas. El tema de la salud pública dominó la semana no solamente por la renuncia de quien fuera director del IMSS, sino por la crisis que enfrentan los centros de salud para poder atender a los pacientes. Mientras en la tlapalería se frotaban las manos por ahorrar unos millones, no había cómo programar cirugías, dar medicamentos, contar con el material adecuado para realizar procedimientos médicos. Muy rápido las demandas se multiplicaron y evidenciaron el nefasto resultado de esa política cuentachiles que está mal enfocada, pero que los mantiene felices porque no gastan. Para el presidente la alarma era cosa del hampa periodística, siempre dispuesta a destacar lo malo. Lo cierto es que por la presión ya liberaron los recursos para varios hospitales. El tema de salud no ha terminado, al parecer la política de estos meses iniciales del gobierno tendrá efectos más adelante, pues la inconformidad es de médicos, enfermeras, personal sindicalizados y, por supuesto, derechohabientes.
El caso de la prima de Salinas de Gortari, que tuvo que renunciar a la Semarnat, es un asunto completamente diferente, pero también nos habla del problema que viven los floreros del gabinete. Claro que era insostenible que la señora se quedara en su cargo después del acto de prepotencia que realizó al detener un avión para que ella subiera minutos más tarde. No sé qué pensó la señora González, pero eso hoy es imposible de hacer, las redes se encargan de exhibir a quien lo hace. La anécdota revela el pensamiento de la señora: poder llamar para que le detengan un avión con pasajeros. Claro que parte del problema es que hubo quien le dijo que sí. Pero más allá de eso, las columnas de estos días resaltan que la fallida secretaria decía por doquier que no le daban dinero y que no podía hacer nada, además de que el presidente no la recibía. Es decir, era un florero; peor aún, un florero lejano.
Aunque se dice que cualquiera acepta un cargo en el gabinete, tiene tiempo que las cosas no son así. El escarnio público al que es sometido cualquier personaje público, la obligada transparencia y austeridad con que deben vivir incluyendo sus familias, y ahora el sueldo que tampoco es muy atractivo, dificultan la decisión. Más difícil si no te hacen caso ni decides ni te dejan gastar. Por supuesto siempre hay gente con vocación de florero que estaría encantada de aceptar, con tal de sentirse importante. Pero mientras el manejo del gobierno siga siendo el de una tlapalería, va a ser difícil que los floreros no se caigan de los estantes.
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