Fiesta en la Plaza Mayor

López Obrador lleva tres años anunciando la venganza contra los perros españoles, raza maldita que nos robó la pureza y nos corrompió.



Todo está listo para el gran festejo en la Plaza Mayor de la República. El presidente del país ha dispuesto todo para la magna celebración. Lleva tres años anunciando la venganza contra los perros españoles, raza maldita que nos robó la pureza y nos corrompió. Para tal efecto, una de las princesas aztecas, de nombre Claudia Sheinbaum Prado, ha dispuesto lo necesario para las festividades y junto con sus guerreros Lajou, Merino y Godoy, ha destrozado lo que quedaba del paso de los invasores malnacidos, por calles y avenidas de la metrópoli para la enorme satisfacción del tlatoani Andrés Manuelitzin.

En el centro de la plaza se ha erigido una monumental pirámide que de noche es multicolor en recuerdo del pueblo que algún día fue grande. Para dar comienzo al evento, Andrés Manuelitzin ha subido hasta arriba de la pirámide. Ahí, Olguita Ilhuicamina Cordero corona al gran guerrero con un penacho gigantesco. Manuelitzin se tambalea dando los primeros pasos, pero retoma el equilibrio ante la algarabía popular. El líder se desgañita para motivar el orgullo y grita desde su pecho, que no es bodega: “¡Los españoles ya no van a venir a robar! ¡Los que se van al extranjero aprenden a robar! ¡Se robaron nuestras selvas, se chingaron el penacho! ¡Ya nunca más, muera el neoliberalismo colonial!”. Nadie le entiende, pero a todos les encanta gritar ¡muera!

De pronto aparece danzando como conchero envuelto en una toalla y desnudo de la cintura para arriba y con una especie de maracas Noroña Popoca. El tipo se contorsiona ante el pavor de los espectadores que comienzan a aventar elotes y nopales al escenario. Se oye entonces el ruido de tambores ceremoniales. Es presentado Marcelo Ebrard Casaubon sostenido por Jesusa Rodríguez y Yeidkol Polevnsky –mexicas combatientes guerreras de tiempo completo–; Marcelo saca un códice –su acta de nacimiento–, lo rompe ante el aplauso del pueblo y anuncia su nuevo nombre: Marcelotl Xochipilli. Se le vitorea y desaparece entre humo de copal que queman diputados de Morena en la plaza.

Nuevamente el silencio y los tambores. Irrumpe Macedonio Cipactli, que al igual que Noroña tiene solamente una toalla enredada a la cintura y toca un caracol anunciando algo importante. Aparece entonces Jesús Ramírez Huehueteotl y carga en sus brazos a la doncella que será arrojada al cenote sagrado –una de las coladeras del centro– como sacrificio a los dioses de las redes sociales. La elegida fue la doncella conocida como la licenciada Vilchis, cuyo verdadero nombre es Huitzilli, quien es levantada en vilo y lanzada por los aires hasta caer en el pozo sagrado. El respetable aplaude y no ha terminado de batir las palmas cuando en medio de música estruendosa sale bailando, con un diminuto atuendo de chaquira a la cintura y un par de plumas de pavorreal tapando los pechos, la princesa nayarita Geraldine Meztli, que se contonea exóticamente para dar gusto a los dioses. Andrés Manuelitzin se muerde el labio inferior y comienza a hacer bizcos mientras se incorpora a la danza frenética sosteniéndose el enorme penacho, mientras el público que ya lleva 10 mezcales entre pecho y espalda empieza a gritar vulgaridades y contonearse unos contra otros mientras la princesa nayarita continúa su danza sagrada con Manuelitzin muy cerca moviendo la cadera.

Al final salen unas piñatas con las figuras de los expresidentes españolizados, la gente las deshace en medio del júbilo y comienza a perseguir a la doncella Vilchis y a la princesa Geraldine que corren despavoridas hacia el escenario de las mañaneras, mientras Manuelitzin cae por las escaleras por el peso del penacho gigante. Unos minutos después la descomunal y multicolor pirámide se consume entre las llamas, pues entusiasmada la gloriosa raza de bronce le ha prendido fuego, entre alaridos y carcajadas.

Así concluye un festejo más del triunfo moral sobre los usurpadores.

 

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