La muerte de Chabelo enluta generaciones enteras. Millones de mexicanos crecimos viendo al niñote en la tele. No importaba si te gustaba o no, si te dejaban o no: todos sabíamos quién era Chabelo. A los niños grandes y corpulentos se les apodaba Chabelo. Más allá del personaje de los concursos, Chabelo supo imprimir a su personaje una hilarante comicidad en, por ejemplo, Mercado de lágrimas o La escuelita, secciones inigualables de la televisión mexicana en La carabina de Ambrosio. Los concursos del programa dominical eran famosos. La “catafixia”, palabra de la invención del eterno niño, que significaba cambiar a ciegas tu premio por otro mayor o uno de broma, era siempre esperada. Así eran las reglas del concurso. Pero, al final, como se trataba de niños, todos ganaban algo con Chabelo.
En la vida fuera de la televisión también hay una suerte de concursos en las que no todos ganan. Son las elecciones, por ejemplo. Claro, ahí también hay quienes se apuntan nada más para ver qué les toca de premio al final sin catafixia ni nada. En el caso de las corcholatas –concurso apadrinado y conducido por el presidente López Obrador– es claro que los participantes saben las reglas. Sobre todo, una regla que es la importante: el presidente es el que decide. Más allá de encuestas, de popularidad, de propuestas y carisma, la palabra del presidente es la definitoria. A muchos les parece un proceso de decisión poco democrático –sin duda lo es–, pero los participantes saben, de antemano, de qué se trata y aceptan participar de esa manera. En ese sentido también la militancia de Morena está satisfecha con el método y les parece bien que el presidente decida. Este acuerdo general con la manera en que se decidirá al candidato del partido en el poder es, sin duda, un éxito, pues garantiza satisfacción para todos, menos para quien pierda –lo que sucede casi siempre en cualquier esfera–: la queja; el reclamo está de antemano casi erradicado.
No sucede lo mismo con la oposición. Ahí todo es un desmadre y se lanza quien quiere exigiendo reglas porque no hay ninguna. El señor Gustavo de Hoyos se aventó ofreciendo pena de muerte, cadena perpetua y cárceles como las de El Salvador. Este fin de semana estuvo menos radical y distribuyó una foto en la que adquiría unos mangos con chile en el parque a un niño –gran mensaje contra la explotación infantil–. El señor Demetrio Sodi retó a un debate al señor De Hoyos. Santiago Creel anunció que será el primero en postularse de su partido; Lilly Téllez continúa buscando preferencias para ser la candidata del panismo. En el PRI ya hay muchos más candidatos que senadores; en el PRD todavía no sabemos nada, pero ahí dicen con mucho orgullo que están con Silvano y con Mancera. Lo que nadie sabe es cómo se va a escoger al candidato de la alianza, si es que hay alianza, pero ni siquiera sabemos cómo le van a hacer el PAN, el PRI y el PRD para seleccionar a su candidata o candidato para competir en el marco de la supuesta alianza.
Por lo pronto, la falta de reglas lo único que genera es desorden y dispersión. Si el presidente es bueno en el ámbito campañero y electoral –quizá sea en lo único que destaca fuera de la demagogia y la agresión–, y ya tiene bien formadas a sus corcholatas con un acuerdo entre todos de cómo será la decisión: ¿no sería buena idea que, por lo menos, algún partido opositor dijera a sus votantes cómo es que piensan competir? Digo, el tiempo vuela y las corcholatas también, mientras los opositores están en busca de las reglas.
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