En política, el escándalo es una de las formas de la decadencia. Es la zona en que se encuentra ahora el presidente López Obrador. Semana tras semana el escándalo lo persigue. El hashtag de narcopresidente, que él mismo ha contribuido a mantener en la conversación pública, va tomando forma mientras pasan los días. A eso hay que sumarle las revelaciones de gigantescos negocios con dinero público que vinculan a sus hijos y amistades más las consecuencias lógicas de gobernar y las propias del estilo personal como es la inseguridad y el crimen que campea a lo largo del territorio nacional.
Esta semana en dos días, dos escándalos que lo tienen a él como protagonista. Primero, la exhibición pública que hizo del licenciado Arturo Zaldívar como un sirviente personal cuando tenía la responsabilidad como presidente de la SCJN. Segundo, la inmensa difusión que le dio a un trabajo del New York Times que no se había publicado y en el que se mencionan supuestas donaciones del crimen organizado a la campaña presidencial de 2018.
El propio Presidente ha dicho de manera reiterada, a la mejor sintiéndose muy gracioso, que “su pecho no es bodega”. Esto implica, por supuesto, que es capaz de revelar en cualquier momento información delicada que se le ha hecho llegar o acciones de otras personas que, por alguna razón, él decide exhibir públicamente. Es lo que pasó con el licenciado Zaldívar. El exministro tiene una marcada debilidad por los reflectores, su vanidad lo hace un hombre veleidoso, soberbio con unos, arrastrado con otros. Es claro que para el hombre de Palacio se trata de un lacayo más, aunque para el abogado la sumisión se transforma en cercanía. Que el presidente haya dicho que cuando Zaldívar presidía la Corte le ayudaba con los casos que eran de interés del presidente y que se ocupaba personalmente de hacer gestiones a favor del Ejecutivo, es una de las declaraciones más escandalosas del sexenio. Ahora que presenciamos de qué manera han fracasado judicialmente los casos “ejemplares”, el presidente está furibundo y afirma que eso no hubiera pasado con su empleado en la Corte. El fracaso para el Presidente y el oprobio para Zaldívar, que quedó exhibido de manera humillante.
El caso del New York Times también corrió a cargo del presidente en una mañanera. El día de ayer la emprendió contra el diario estadounidense al que tachó de “pasquín inmundo”. Se ofendió porque le hicieron preguntas sobre una investigación que, supuestamente, involucraba a cercanos suyos en operaciones monetarias con bandas del crimen organizado. El Presidente puso así en aviso a todos para leer lo que se había dicho de él en ese reporte.
Una nota periodística bien trabajada que no tiene afanes acusatorios y que señala la importancia que tiene para el gobierno norteamericano la relación con el presidente mexicano. En vez de contestar algo, a través de un funcionario, el presidente decidió tratar a un medio de altísima relevancia internacional como si fuera un “pasquín” nacional que se le postra porque le acusa y amedrenta cotidianamente. Una vez que se puso en el escenario como personaje principal, el escándalo estaba garantizado.
Lo cierto es que el presidente, como lógica consecuencia de los últimos meses que le quedan en el poder, ha perdido el control de muchas cosas. Es evidente que ha perdido el control sobre sí mismo, pero también sobre la conversación pública, la cual dominó durante cinco años. Y parece que los escándalos seguirán mientras él insiste, todos los días, en ser el protagonista de todo.
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